jueves, 22 de julio de 2010

Muerte Súbita (Un Cuento de Fútbol)

Finalmente y después de muchos esfuerzos, logré unir dos de mis pasiones, el fútbol y la literatura.

Espero que les guste.



La pelota venía por el aire producto de un saque de arco, que más que un pase largo era un querer sacársela de encima, un tirarla lo más lejos posible, deseando que no volviera, o que tardara en regresar, el tiempo suficiente para que terminara el partido, y aunque en un principio parezca contradictorio, este deseo tenía mucho que ver con la confianza en sí mismo que se tenía el numero 1 del equipo azul.

Se jugaban las semifinales del campeonato en ese junio estival. La temperatura era baja, por lo menos eso decía el servicio meteorológico, aunque si se hubiese podido preguntar a los espectadores que atestaban las tribunas repletas, todos habrán asegurado que estaban en el infierno, transpirados por el abultamiento, acalorados por la pasión y con el alma completamente en llamas por la tensión lógica de estas instancias del campeonato. En tal caso, hubiese resultado imposible que escucharan la pregunta, tal el rugido sordo que bajaba de esa caldera que eran los tablones del estadio, y de que el mismísimo sol de verano, habría envidiado su calor.

Faltaban tres minutos para el final del segundo tiempo suplementario, cuatro o cinco, si al referí se le ocurría adicionar, cosa que nadie imaginaba debido al aburrido desarrollo del encuentro.

Tres minutos más, donde el equipo que convirtiera, pasaría a la final sin dejarle ninguna posibilidad al contrario de intentar reponerse, en los instantes posteriores y finales, con centros “a la olla”, debido a la instalación de lo que se conoce como “Gol de Oro”, lo que en el barrio y el potrero llamaríamos “Gol, Gana”.

Los 115 minutos anteriores, los 90 reglamentarios y los 25 de tiempo extra jugados hasta el momento, habían sido tediosos, casi sin llegadas claras para ninguno de los dos.

Se había jugado fuerte, como se dice, “metiendo pierna”, pero con lealtad. Anecdótico resulta el hecho de que hubo solo dos amonestados, y uno de ellos fue por protestar un fallo del juez.

Lo malo que había resultado el espectáculo lo justificarían días más tarde, los periodistas deportivos, diciendo que ambos equipos habían jugado con miedo a perder.

Y aquí, me permito un pequeño paréntesis para demostrar mi desacuerdo con tales argumentos, pues todo aquel que alguna vez jugó un partido, siquiera en el potrero del barrio, con el honor o la gaseosa en juego, sabe fehacientemente, que no se entra a una cancha con “miedo a perder”, por lo que me inclino a pensar que el partido había resultado así de trabado por los nervios que la instancia demandaban. Y mi argumento se ve respaldado por la cantidad inusitada de errores en los pases que ambos contendientes demostraron durante el juego, cosa que llevó a decir a algún relator falto de imaginación, que se habían prestado mucho la pelota.

Otra justificación, no menos significativa, de lo malo del partido, era la llovizna continua e incesante que no había dejado de caer, y que había hecho que el terreno de juego pareciera una pista de patinaje, donde los “players”, según diría Basile, no hubiesen tenido nada que envidiarles a los actores del “holiday on ice”. El césped se encontraba, por lo tanto, mojado, por lo que la velocidad de la pelota, se veía incrementada cuando ésta, tocaba el suelo, y en algunos sectores, como el lateral derecho que ahora defendía el equipo azul, había un claro ausente de pasto, y por defecto, se formaba un barrizal que hacía imposible dominar el esférico en ese espacio.

Debemos ser justos y decir también que en ningún lado se habían formado grandes charcos, un poco porque aún no llovía copiosamente, y otro poco por el buen drenaje del terreno.

Venía entonces, la pelota por el aire, Armando, el altísimo numero 9, se adelantó dos pasos, con la cabeza levantada y la mirada fija en la pelota, para escapar a su marcador y saltar así con más libertad. Llegó con lo justo para peinar la pelota y hacer que cambie de dirección levemente hacia la izquierda. Lo hizo mecánicamente, sin buscar hacer un pase o habilitar a algún compañero, y es que el cansancio empezaba a notarse, el larguísimo tiempo jugado, sumado a la tensión y a lo pesado que se encontraba el campo, hacía que los jugadores corrieran casi por compromiso, como si ya hubieran perdido las esperanzas de ganar, y hubiesen pactado resolver la disputa en los tiros penales.

Sin embargo, la peinada de Armando, encontró a su marcador obnubilado por el agotamiento, y sin reacción, por lo que ni siquiera sospechó el pique de Martín, el numero 8, que corría furioso hacia la redonda, como si sacara mas fuerzas de su cansancio, haciendo la famosa “diagonal hacia adentro”, soltándose de la línea lateral del terreno, “la raya”, en la jerga futbolera, e internándose en el campo, hacia delante, yendo en busca de la pelota, haciendo el recorrido mas corto para interceptarla.

Así fue que el numero 2 del equipo de casaca roja se quedó, como suele decirse, “clavado”, mientras Martín, con el empeine, mataba la pelota antes que tocara el suelo, pues estaba lo suficientemente lúcido para saber que si la dejaba picar, se le escaparía lejos.

Veloz de piernas, y utilizando la cadera, amago a escapar por a izquierda, por donde había llegado, y haciendo un quiebre de cintura, cual burrito Ortega, logró terminar de desarmar al ya desconcertado y fornido numero 2, que completamente exhausto y acalambrado se dejó caer al suelo, viendo trunco su esfuerzo por detenerlo, y observando como Martín huía hacia la derecha, con el balón dominado y el camino libre hacia ese arco que venía defendiendo hacía tantas temporadas. Y creyó ver también, en su delirio agónico, una estela de polvo de estrellas, como la cola de un cometa, y adivinó el surco, de un instante de sequedad, que iría dejando la pelota en su camino a la gloria.

Estalló la parcialidad local ante esta demostración de habilidad y grandeza, derramando, en forma de gritos y vítores, su regocijo, que bajaba a pique de las tribunas, como una catarata de aplausos, caudalosos, y tan húmedos de lagrimas esperanzadoras, que se confundían con la lluvia que empezaba a caer torrencial, como si Dios mismo se rindiera y llorara de alegría y fascinación por la belleza de esa jugada magistral.

Volaba Martín, acercándose al arco, y cada paso que daba le confería mas confianza a su pie derecho, que llevaba la pelota con leves empujones, dominándola y estrechando ese vínculo maestro e inigualable, haciendo de pie y pelota amigos inseparables, hermanos de sangre, soldados luchando codo a codo por mantener viva la esperanza de esos miles de fanáticos que en las tribunas henchían sus pecho de aire, esperando el desenlace feliz de la jugada, para exhalarlo en un grito triunfante.

Llegó fácil hasta el área grande, nadie lo había alcanzado, el 3 ya se había arrojado desde atrás inútilmente, pues ni siquiera el resbalón sobre el césped mojado, había logrado hacerlo llegar a los pies de Martín, que parecían volar, que levitaban a un centímetro del suelo, dándole un aire de bailarín clásico.

Y Martín veía que el arquero contrario se le venía encima, queriéndole achicar el ángulo de tiro, pero lo tenía sin cuidado, sabía como iba a definir, por venirlo soñando desde el inicio de esa alocada carrera.

Y en las tribunas se hizo el silencio, mientras Martín afianzaba el pie izquierdo en el suelo.

Los ojos de los aficionados se volvieron insólitamente grandes por la sorpresa, y Martín ya levantaba la pierna derecha para el remate.

La mitad del estadio rezaba para que entrara, y la otra mitad, para que no lo hiciera.

¿Y Dios? ¿A quién escucharía?

Y Martín giraba un poco el cuerpo, y abría el pie derecho para darle con la parte interna del botín, con la ya clara intención de acomodarla abajo, junto al segundo palo.

Fue en ese instante que el tiempo se detuvo, en ese momento cúlmine que la tierra dejó de girar, y en miles de almas, los corazones se detuvieron, y como si no quisiera ser menos, el corazón de Martín, también se detuvo.

Se escuchó el rugido de un trueno, y el haz de luz de un rayo, iluminó la silueta de un jugador tendido en el punto del penal, mientras la pelota llegaba mansita a las manos del arquero.

FIN

HERNÁN CERONI

21/07/2010