lunes, 15 de marzo de 2010

Todo Es Como Debe Ser



Debo agradecer a "La media naranja", "Insomnio", y "La sonrisa perfecta", que gentilmente cedieron su inconcluso lugar en mi cabeza, para que este nuevo relato viera la luz antes que ellos.





Todo es como debe ser. Siempre fue así.

¿Cómo es eso de que las cosas están mal?

No. Lo niego.

Todo es como debe ser, y si no lo creen vean lo que me sucedió y convénzanse.

La noche del 12 de marzo salí corriendo del trabajo, y corría porque estaba convencido que perdería el colectivo, y deben saber que si lo pierdo, sencillamente no vuelvo a casa. Esas cosas le ocurren al que vive a 60 Km. de su lugar de trabajo.

Problemas con el ordenador hicieron que cuando mirara la hora notase que era tarde, de ahí que tuviera que correr. Para el que se lo está preguntado, le informo, aunque no venga al caso, que finalmente logré solucionar el problema, y no precisamente por mi conocimiento de ordenadores, sino que seguí el ejemplo de un amigo, que siempre me dijo: “Si no es por las buenas….” E inmediatamente le encajé una patada que disuadió a la maquina de seguir causándome inconvenientes.

Bien, decía, tuve que salir disparado hacia la puerta, ahora no recuerdo si llegué a apagar las luces, imagino que si, pero mi imaginación es demasiado fecunda y puede estarlo inventando.

Batí récords en recorrer el camino hasta la parada del primer colectivo, y jamás pude volver a hacer tres o cuatro cosas a la vez, pues venia corriendo, contando las monedas, buscando la tarjeta para fichar la salida, desenredando los cables del MP3 y que se yo que otras cosas, simplemente mi cabeza se encontraba haciendo fuerza para detener la marcha inexorable del transporte, que pasaría aunque yo no estuviese ahí para verlo, o tomarlo.

Después de pasar volando por la portería y levantar la mano a modo de saludo a los guardias, cruce en el aire la calle colectora, subí de a dos o tres los escalones del puente que cruza la autopista llamada General Paz, aun a riesgo de romperme el pescuezo a cada salto. Baje casi rodando del otro lado, pues había visto desde arriba que el colectivo se acercaba.

Llegué.

Llegué al primero, pero eso no impedía que existiese la posibilidad de que perdiera el otro, el que me deja en casa, pues éste es el del problema, es el que recorre los 60 Km. que me separan de mi cena, mi cama y mi techo.

Todo dependía del apuro que pudiera tener el chofer en llegar a su destino. La experiencia me indica que las conocidas leyes de Murphy, suelen cumplirse al pie de la letra, así que bastante ofuscado por mi apuro, estaba convencido que el colectivero andaría a paso de tortuga. Bien, me llevé una grata sorpresa, debo decir, en honor a la verdad que el tipo tenía el pie pesado, porque lo pisó lindo el coche. Tampoco es que volara, pero iba lo suficientemente rápido como para que yo tuviera esperanzas de llegar a tiempo a la parada del 57.

Como siempre que me pasan estas cosas, venia martillando el piso del colectivo con el pie derecho, como si fuera yo quien manejara o como si ese movimiento hiciera que fuera más deprisa. Y como siempre, también puteaba cuando se detenía a subir o bajar a alguien, y para aumentar mis desgracias, era un viernes de temperatura agradable, lo que significaba mucha gente en la calle.

Sin embargo, gracias a la pericia del chofer, también pude llegar a tiempo al otro colectivo. Bueno, tampoco tan a tiempo, o mejor dicho, no estoy seguro de haberlo hecho, porque el 57, llegó atrasado, así que si yo llegué, el que no llegó fue él.

De todas formas, fue un alivio ver gente en la parada, porque eso quería decir que aún no había pasado.

Ya mas tranquilo por saber que llegaría a cenar a mi casa, caminé despacio por el cordón de la vereda la cuadra que me quedaba, estirando la cabeza para poder apresurarme en caso de verlo aparecer allá a lo lejos.

Fui el último en llegar a la parada, y eso queda demostrado en el hecho de que nadie había detrás mío en la cola cuando arribó el colectivo.

Había cinco o seis personas, y me llamó mucho la atención una señorita que destacaba por su belleza, morocha, no muy alta, de cabello ondulado y de rasgos suaves. Vestía jeans azules, zapatillas negras y una blusa azul muy discreta. Todo hacía resaltar su sencillez, y esta última característica es algo que me atrae muchísimo en las mujeres. Y es porque en el fondo yo soy un sentimental.

Me entretuve observándola lo que duro la espera, no descaradamente, sino muy al contrario, con mucha mesura y moderación, planeando mil maneras de hablarle, quizás alguna pregunta tonta, porque sé que en todos los órdenes de la vida, lo difícil es el comienzo.

En esto cavilaba cuando la voz de un muchacho me sacó de mi ensoñación para preguntarme si subiría. Me sorprendió ver la mole de metal detenida junto a mi. Ella ya había subido al igual que la mitad de los pasajeros, lo que me llevó a pensar que ya había perdido mi oportunidad.

No contaba con la suerte que me venía acompañando esa noche, el arreglo de la computadora a último momento, el llegar a tomar el primer colectivo, la velocidad con la que anduvo, y finalmente el retraso del 57 que me permitió llegar a tomarlo, porque el destino quiso que el único asiento libre que quedaba estuviera, del otro lado del estrecho pasillo junto a esta hermosa criatura.

Supongo que mi sorpresa (no siempre me acompaña la suerte), hizo que sonriera. Me senté despacio, con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera perturbarla y hacer que me odiara aún antes de conocerme. Volví a pensar en como dirigirle la palabra, trataba de imaginarme algún motivo que lo ameritara, pero como me sucede de costumbre, no se me ocurría nada, y de repente, con la velocidad de un rayo McQueen en la copa Pistón, supe que lo único que podía hacer es lo único que sé. Escribir.

Puedo decir que utilice su belleza de musa.

Sacar papel y lápiz de la mochila y empezar a escribir fue instantáneo. Noté inmediatamente que las palabras salían solas. Realmente me había inspirado. Después de las dos primeras hojas escritas afiebradamente me detuve en busca de algún pensamiento escurridizo, pero lo que me vino a la cabeza fue la idea de darle el escrito cuando lo terminara, al fin y al cabo, era mas de ella que mío. Miré la hoja, y deseché esta idea. Jamás entendería la letra.

Y seguí escribiendo como un poseído, porque sabía inconcientemente que debía terminarlo antes de que se bajara.

Hice dos hojas mas y no llegaba nunca al final, y creí que seria lógico pedirle, muy educadamente, que me diera un mail donde enviarle este relato que tan de cerca la tocaba, después de explicarle toda la situación, por supuesto, tampoco quería que me tratara de demente.

Y volví a mi trabajo. Necesitaba acabarlo cuanto antes, porque podía bajarse en cualquier momento.

“MORENO”, gritó el chofer, y el corazón me dio un vuelco cuando la vi pararse, acomodar sus cosas y empezar a caminar por el pasillo hacia la puerta.

Supongo que podría haberla detenido para intentar algo, pero eso no está en mi naturaleza. Así que la vi alejarse de mi vida, quizás para siempre.

Y yo con este relato a medio acabar, y sabiendo que la causante jamás se enteraría!!

Me reí y seguí escribiendo.

¿Ahora lo entienden?

TODO ES COMO DEBE SER.

HERNAN CERONI

12/03/2010

miércoles, 3 de marzo de 2010

Fantasma de una Noche

Este relato va a cumplir 15 años. En el lugar donde debia decir el nombre de la dama hubo siempre un espacio en blanco. Lo crean o no, recien hoy descubrí ese nombre y el cuento cobró sentido-


Recuerdo perfectamente aquella noche. La luna se elevaba poderosa sobre el horizonte e iluminaba las siluetas de las personas que bailaban sobre la blanca arena de la playa. A pesar de la brisa marina, el calor era espantosamente sofocante, y los danzantes iban de tanto en tanto en busca de alguna bebida fría que refrescara sus cuerpos acalorados.

Yo estaba sentado en la orilla, fumando un horrible cigarrillo mentolado que me había convidado un tipo con el que había estado charlando hacía unos minutos, y que no había querido rechazar, por miedo a despertar su antipatía.

Era la primera fiesta en una playa a la que asistía, me había invitado un amigo que conocía a los anfitriones y delirantes hacedores de esa especie de baile al aire libre. Pensé inmediatamente en él, e imagine que estaría revolcándose en la arena con una de esas despampanantes rubias que bailaban a mí alrededor, y no pude menos que hacer una mueca que llamó la atención de una alta morena que pasaba caminando justo delante de mí. Al ver la mirada de desprecio que me era dirigida, y comprendiendo al mismo tiempo que yo no tenía nada que hacer allí, me pare, y comencé a caminar sin alejarme del mar. Ahora pienso que si me hubiese estado divirtiendo, no me habría ido y hubiera contestado aquella mirada con una de esas sonoras risotadas que son comunes y características en mi. Aunque también pienso que no me hubiese pasado todo lo que me pasó entonces.

Mientras contemplaba el mar, que estaba apasionantemente tranquilo aquella noche, escuché a lo lejos que gritaban mi nombre, cosa que me sorprendió, ya que no conocía a nadie en el lugar, y volteé inmediatamente a ver quien me llamaba. Supongo que un gesto de asombro asomó en mi rostro, pues la chica que se dirigía hacia mí soltó una risa que resonó en mis oídos durante el tiempo que ella tardo en llegar hasta mí.

La sonrisa dulce de la muchacha, dejó ver claramente los dientes mas blancos que yo haya visto. No pude evitar fijarme en ese maravilloso pelo oscuro que caía ondulado por el costado del rostro y reposaba sobre sus hombros descubiertos en esa noche de verano.

Yo no lograba explicarme como aquella chica de aspecto amable y simpático, podía saber mi nombre, y mi cara seguramente debió haber reflejado mi pensamiento, pues enseguida ella comenzó a explicarme. Dijo que mi amigo le había contado sobre mí, y a ella le había parecido interesante lo que había dicho, cosa que no me quiso repetir.

Mientras hablaba, en un tono muy suave y no tan pausado, observé claramente como ella comenzaba a entusiasmarse con la charla. Creí que sería divertido caminar y la invité a hacerlo. Ella aceptó gustosa, y yo ya un poco más alegre por la inesperada compañía que se presentaba, empecé a ir en dirección opuesta a la fiesta, aunque sin intención alguna, pues lo hacía por inercia, por haber estado caminando en esa dirección cuando fui interrumpido. A medida que caminábamos, nos íbamos ensimismando cada vez mas con la conversación. Hablamos sobre todos los temas imaginables, música, el estado del tiempo, arte, política y deporte inclusive. Parecerá increíble, pero en ningún momento, ninguno se aburrió de la presencia del otro.

En un momento de la ya de por sí larga caminata, ella vaciló y luego se sentó en la arena observando las olas del mar, yo, algo indeciso, decidí encender un cigarrillo, y luego de que ella rechazara uno me senté a su lado. Durante los primeros minutos no dije nada, ambos mirábamos el agua ennegrecida por la oscuridad, recuerdo que al ver el horizonte no pude distinguir donde terminaba el mar y donde comenzaba el cielo, y sin querer me puse a hacer unos gestos estúpidos con la mano, como si quisiera medir las distancias, ella me miro y comenzó a llorar ocultando el rostro entre sus manos. La miré con un poco de ingenuidad, y algo temeroso intente abrazarla. Mis movimientos eran torpes, creo que por el asombro en que me encontraba. A pesar de ello, no se resistió, y apoyando su rostro sobre mi hombro, empezó a hablar entre sollozos, sus palabras eran ininteligibles al principio, por lo que intente calmarla diciendo que todo estaba bien y que no había de que preocuparse. Ella asintió con la cabeza y no tardo en tranquilizarse. Transcurrido un breve período de tiempo, calculo yo, no más de un minuto, empezó a hablar mientras se secaba las lágrimas, que como gotas de rocío al amanecer, corrían por sus delicadas mejillas.

No intenté detenerla, pues pensé que sería peor, pero me hubiera gustado aclararle que no tenía que sentirse obligada a contarme nada, por supuesto, que ella no quisiera. Claro que enseguida me arrepentí, porque como sucede en todas las historias, y ésta no es la excepción, ella comenzó diciendo que creía que podía confiar en mí, y que sabía que yo no diría nada.

Pensé que ella en realidad eso no lo sabía, pues no me conocía, pero de todas maneras fue un pensamiento fugaz, que pasó por mi mente como un rayo, y que no me dio tiempo a capitalizar las palabras correctas en mi boca para decirlo. Fue tan rápido que al yo abrir la boca para hablar, ya había pasado, y recuerdo (ahora me causa risa, aunque en ese momento debí haberme sonrojado mucho) que quedé con la boca abierta, con cara de estúpido, y además sin recordar lo que iba a decir, así de rápido y fugaz fue ese tonto pensamiento.

Cuando empezó a hablar, dejé de abrazarla, pero la tomé de la mano para que no se sintiera sola o abandonada. A medida que me contaba su historia, el porqué de su llanto, se iba tranquilizando, por lo que dejé de estar alerta para pasar a prestar atención a sus palabras, que me envolvían, como la niebla envuelve a las personas en las frías mañanas de invierno.

Comenzó diciendo algo que confirmó mis sospechas, se trataba de un mal de amores. Su novio, o la persona que lo había sido, la había dejado. Me contó que lo conoció en un café, que se habían mirado solo unos segundos, y que en esas miradas se habían dicho todo, yo supe perfectamente, y no me pregunten como, que no me mentía.

Nos levantamos y salimos juntos del café, — dijo — pero ahora me dejó, dijo que me amaba, pero que más amaba la libertad, y no lo puedo soportar. —

La miré directo a los ojos, e interrumpí su relato posando mi mano sobre sus labios tiernos, y vi en ese instante la expresión de sorpresa no muy definida que asomaba a sus ojos. Pero sé que lo entendió, supo que yo no soportaba que hablara de otro hombre, a decir verdad, sus ojos me habían cautivado. Me había enamorado de su tierna paciencia y de sus manos tan suaves como la seda. Sin bajar la mirada, su expresión de sorpresa, pasó tan rápido como la electricidad misma en la intensidad oscura del universo.

Y lo vi, allí, en sus ojos, sé que estaba ahí, podía leerlo como un libro abierto, pedía a gritos por un amor sincero y que no le trajera desengaños, pero también supe que en lo más profundo de su ser, sabía que no existía tal amor.

Entonces fue cuando cometí, tal vez el error más grande de mi vida, o quizás el acto más sagrado de toda mi existencia, la besé. No fue largo, tampoco apasionado, pero transmitió energía, y no cualquiera, sino amor, amor puro, sano e inocente, el amor que hace odiar, matar y vivir, el amor que yo sentí en ese momento.

Recuerdo que fue gracioso, ella no se sorprendió, ni se resistió, solo se limitó a decir que se llamaba Carolina.

Ya no me resistí, ya no intenté despejar mi cabeza de prejuicios, y por primera vez en mi vida, me guié con el corazón. Volví a besarla y volvió a ser maravilloso, y mientras lo hacia, la estreché fuerte entre mis brazos, no quería soltarla, temía perderla, aunque en realidad, temía que aquel segundo de amor se terminara.

Sentí que la necesitaba, y poco a poco le fui sacando la ropa, delicadamente, le acaricié cada parte de su cuerpo y la besé, no podía parar de besarla, mientras las yemas de mis dedos reconocían completa su figura de papel. Su suave torso, quemaba bajo mis manos, y sentí en ese momento, como cada fibra de su cuerpo necesitaba de aquellas caricias.

No podría describir ahora con las palabras adecuadas el sentimiento que entonces arrasaba mi corazón.

Recuerdo que la recosté suavemente sobre la arena. Pálido y rebosante de pasión, que en ese instante confundí con alegría, vi su rostro a la luz blanca de la luna.

La fresca brisa del mar hizo tiritar su cuerpo, lo que me llevó a abrazarla mas fuertemente, allí entonces, la pasión recorrió mi cuerpo, y con una dulzura que no es digna de mi personalidad, la acaricié sin miramientos, las puntas de mis dedos recorrían su cuerpo vibrante y anhelante de amor, deslicé tranquila y pausadamente mis manos, que rozaron firmemente sus senos redondos. Ella, sumida en un sopor interminable, me abrazó despacio y susurró a mi oído que necesitaba de mi afecto. Eso me alcanzó, para que el amor fluyera de mi interior, y en ese instante, nuestros cuerpos se fundieron en uno.

No recuerdo cuanto tiempo pasó, solo sé que nos quedamos dormidos, abrazados en la arena, a la orilla de aquel mar.

De repente, oí sonar la sirena de un barco, y al levantar la vista vi la silueta de un pesquero que se recortaba en el horizonte y se mezclaba con los maravillosos colores del alba. Allí fue cuando tomé conciencia de la hora que era y al mirar a mí alrededor, y no encontrarla, creí que todo había sido un sueño, y que lo había imaginado estando borracho. Sin embargo, al ver mi ropa desparramada sobre la arena, me di cuenta que en realidad, ya jamás la volvería a ver.

Esa fue la mejor noche de mi vida.

Me había enamorado de alguien que ahora es tan solo un fantasma del pasado, pero que sigue despertando en mi un amor que ya no volveré a sentir.

HERNAN CERONI 20/11/1995