martes, 28 de diciembre de 2010

Derecho Al Delirio

Por Eduardo Galeano


Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea.

En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;

nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;

en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Siempre he querido ser escritor

Siempre he querido ser escritor

Por Ignacio del Valle.

Siempre he querido ser escritor. Pero me decían que para ser uno de los buenos, de esos que luego entierran en panteones y van a parar a los libros de texto, lo de menos era escribir. Lo esencial era ser un borracho y que te diera por las actitudes malditas, meterse coca, fumar porros, montar el caballo. El problema es que yo de hípica, poco, el alcohol me sentaba fatal, el humo me provocaba asma, y lo de meterme cosas por la nariz, igual que metérmelas por el culo: no me hacía ilusión. A cambio, iba ganando algún premio, me publicaron mi primera novelita. Pero nada, ellos erre que erre, que eso no valía porque para ser escritor, strictu sensu, había que estar contrito y deprimido todo el santo día, y solitario, y ambulatorio, con cara de ido. Que la felicidad estaba mal vista por los amos del cotarro. Sin embargo me resultaba difícil, incluso vergonzoso reconocerles que mi vida sexual iba estupendamente, y que no acababa de encontrarle sentido a lo trágico, a lo violento, a lo destructivo, como me repetían que había establecido un ruso hacía un par de siglos, que parecía ser una especie de guía Michelín para escritores, para los de verdad, me refiero. Mientras, me publicaron mi segunda novela y empezaron a hablar de mí en la capital. Pero ya les digo, que nada, que eso no era ser un escritor, me reiteraban: que por lo menos, aunque no me sintiese agobiado, tenía que añorar estarlo, tenía que sentirme intranquilo por no estar jodido, con depresión, por no fustigarme; y hablar de la muerte y el asco y la rabia y el hastío y la indignación y denunciar lo cretinos que eran todos menos los de nuestra tribu. Pero qué se le va a hacer, a mí el mundo no es que me pareciera un bicoca, pero tampoco era como ser del Atlético de Madrid, y que de momento a mí me abrazaban y me daban algún beso y la vajilla en mi casa seguía intacta. Y lo de los cretinos, en fin, que todos tenemos una mala tarde, ya lo decía Chiquito. Entretanto, me publicaron en el extranjero y ya tengo mi primer club de fans. Pero ahora han empezado a chillarme y a decirme que lo mío debería estar prohibido y que me van a dar un par de hostias porque mi nombre está empezando a sonar en premios muy gordos y yo sigo sin ser un siniestro total, como ellos. Que no, que no hay derecho, me recalcan. Y en los últimos tiempos, entre esporádicos lloriqueos, lo que más me echan en cara, lo que realmente les parece un crimen, es que en las entrevistas diga que sí, que efectivamente y en contra de su resolución, yo soy un escritor, uno que tiene esperanzas, pero lo peor, lo más ruin, lo más despreciable e indigno, lo que jamás me perdonarán, me gritan, es que me empeño en sonreír en la solapa de mis libros.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El Des - Cuento

Ya sé que es una estupidez, pero no se puede esperar mucho mas de mi.
Por lo tanto, estoy pensando seriamente en continuar este disparate.
Mientras tanto, espero que a alguien le cause gracia, o que le produzca una sonrisa, aun cuando sea una sonrisa de pena.
Disfrutad Plebeyos.



En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, existió en un tiempo remoto, un rey generoso, que tenía fama de justo, y cuyo nombre era Alfonso, sus súbditos realmente felices y contentos con su manera equitativa y piadosa de gobernar, lo llamaban “El Sabio”. Era el décimo descendiente de su linaje, y provenía de una dinastía de grandes reyes.

Cuenta la historia que solía impartir justicia en un gran salón oval, ubicado en el centro de su palacio, que dicho sea de paso, tenía forma de pentágono, y que estaba confeccionado completamente de marfil. Cualquier turista desprevenido que entrara al pueblo y alzara la vista, lo primero que vería en la cima de la colina, sería una gran casa blanca.

Para completar un poco el cuadro de situación, o quizás solo para rellenar, diremos que a su distinguidísima majestad, le encantaba pescar, era su pasatiempo favorito, al que dedicaba gran parte de sus fines de semana, y como el salmón, era la especie que más abundaba en los ríos de su reino, era ésta, su presa predilecta. Solía hacerse acompañar por su trovador preferido, de nombre Andrés, un trotamundos, que llegaba al palacio una vez al mes, después de ganarse el pan con otros monarcas, pan que utilizaba para remojar en la salsa de calamares que el magnánimo rey Alfonso le hacía preparar por su jefe de cocineros en persona, para darle gusto al paladar de su artista.

Hechas las presentaciones correspondientes, volvamos a la historia.

Este príncipe, tenía su fama de ecuánime, muy bien ganada, y ya veremos porqué.

Un día, se presentaron ante él, dos mujeres, acusándose mutuamente de ladrona y utilizando contra la otra el epíteto de “robacunas”.

Ante semejante algarabía, el rey las hizo callar de inmediato, mediante la eficaz estrategia de hacerlas cachetear por el más fornido de sus guardias.

Es nuestro deber señalar que el susodicho centinela, cumplió su encargo con más vehemencia y premura de lo que hubiera cabido esperar, y me atrevo a conjeturar, que la casi imperceptible sonrisa que apareció en su rostro cuando recibió la orden, escondía cierto dejo de alegría que solo una persona acostumbrada a ser severamente castigada por sus superiores, podría entender.

Antes de dar la orden para que se expusiera el caso, su graciosísima Alteza, con su voz grave rugió:

Cuando yo era joven, “Robacunas”, en mi barrio, se le decía a aquella persona que buscaba o tenía amoríos con menores de edad. –

Ante la sorpresa que tal declaración produjo, y cuando notó que toda la corte fijaba, azorada, su vista en él, haciéndose el desentendido, ordenó proseguir.

Al tiempo escuchó los alegatos de las escandalosas contendientes, y entre las injurias que cada una se dedicaba, logró al fin comprender de que venía la cosa.

Ambas declaraban ser madres, lo que no encierra ningún misterio. El problema, venía porque las dos señoras aseguraban que un pequeño bulto dentro de una canasta, que sostenía otro de los guardias, (casualmente el mismo guardia que días atrás había encontrado flotando en el río, una canasta similar con un bebé adentro y que fue adoptado por la pareja real, bebé que finalmente habría de liberar a un pueblo oprimido de las garras esclavizadoras del descendiente de Alfonso, que se haría llamar Faraón, por haber leído muchos libros de aventuras en su niñez, haciendo separar las aguas de otro de los grandes ríos del reino…… pero eso en definitiva, es otra historia)

Decíamos pues, que el centinela, por orden del soberano, descubrió la manta con que se ocultaba aquel pequeño capullo de hombre, y vio el rey, que solo había un niño.

Es mío. – gritaba una – ella me lo robó – decía con lagrimas en los ojos, más por el ardor que sentía en sus mejillas, que por la posibilidad de perder a la criatura.

Impaciente, esperaba su antagonista el turno de hablar, para repetir las mismas frases.

Ahora, hay que hacerles justicia a las damas, y comentar, que ya no volvieron a interrumpirse, temerosas, claro está, de recibir otra andanada de mamporros, y si bien, no fue advertido por nadie, hay que destacar la tristeza, que esta obediencia le produjo al guardia.

Pidió el rey que comparecieran los testigos, y un silencio denso y atroz se cernió sobre el cuarto. Uno de los cortesanos tomó coraje y dando un paso adelante comunicó a Su Excelentísima Majestad, la ausencia de tales. (Tales, que no eran de la ciudad de Mileto, creo que vale la aclaración)

Al ver que no había la posibilidad de saber cual de las dos matronas era la verdadera madre del pequeño, si es que alguna lo era, pidió diez minutos para reflexionar, haciendo desalojar el salón. Cuando viose solo al fin, sacó del bolsillo de su real investidura una petaquita de ginebra. Ansioso, la vació de tres tragos y llamó a todos a que comparecieran nuevamente a su presencia.

Tú, mujer, ¿afirmas que este niño es tuyo? – Preguntó a una.

La aludida, tardó en responder porque se encontraba enviando puñaladas virtuales a su enemiga a través de su mirada, pero un codazo del guardia que se encontraba a su lado, la volvió a la realidad, y presto, emitió una afirmación gutural.

Con un revoleo de ojos, el rey, cuya tez estaba ahora más encendida, dirigió la misma pregunta a la otra dama, que respondió asintiendo con la cabeza.

Bien – dijo el todopoderoso señor, haciendo alarde de su sabiduría – Viendo que ninguna de las dos cede, y ambas insisten en afirmar que son las madres del niño, cosa que es sabido, harto imposible, por las leyes de la naturaleza, y porque ninguna quiere que la otra lo tenga como suyo, mi decisión, como saben, inapelable, desde que abolí los juzgados de última instancia, es que se parta al niño en dos, y se dé una mitad a cada una, y todos felices y contentos, ¡Carajo! – dijo, deseando en el fondo que se terminara la audición, para poder sacar la petaca que le quedaba en el otro bolsillo.

Quedaron todos atónitos, y nadie osó decir nada.

Me atrevo a sugerir que el odio irracional que las mujeres se tenían entre sí, hacía uso de todas sus facultades mentales, y de todo su cerebro, (es proverbial el hecho de que a las féminas les resulta imposible hacer dos cosas al mismo tiempo, mucho más aún si se trata de pensar), lo que debió haber impedido que escucharan el veredicto, porque siguieron matándose encarnizadamente con los ojos, sin advertir que un leñador tomaba al pequeño de una de sus rozagantes y regordetas piernitas.

Incluso se dice, que uno de los cortesanos, (chupamedias hay en todos lados), aplaudió sonoramente la decisión, y que dio vítores y alabanzas a la sabiduría de Su Alteza, en forma desmesurada.

Fue una de las últimas medidas que tomó el rey Alfonso. Fue duramente criticado en todos los medios de comunicación. Ni siquiera logró convencer a la plebe con el discurso que dio en cadena nacional, explicando que lo que pretendía era que la verdadera madre, por amor, renegara de su hijo, para salvarle la vida.

“Excusas inauditas” gritó furibunda toda la oposición.

También podemos tomar por cierto, el rumor que se propagó después, diciendo que el rey era sostenido desde atrás, durante el discurso, por aquel cortesano de fácil aplauso, para que no se cayera, debido a la mamúa que tenía.



Quizas..... Continuara.....

jueves, 28 de octubre de 2010

Escribo

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo
escribir que escribo y tambien puedo verme ver que
escribo. Me recuerdo escribiendo ya y tambien
viendome que escribia. Y me veo recor dando que me
veo escribir y me recuerdo viendome recordar que
escribia y escribo viendome escribir que recuer do
haberme visto escribir que me veia escribir que
recordaba haberrne visto escribir que escribia y que
escribia que escribo que escribia. Tambien puedo
imaginarme escribiendo que ya habia escrito que me
imaginaria escribiendo que habia escrito que me
imaginaba escribiendo que me veo escribir que
escribo.
SALVADOR ELIZONDO, El Grafografo

jueves, 22 de julio de 2010

Muerte Súbita (Un Cuento de Fútbol)

Finalmente y después de muchos esfuerzos, logré unir dos de mis pasiones, el fútbol y la literatura.

Espero que les guste.



La pelota venía por el aire producto de un saque de arco, que más que un pase largo era un querer sacársela de encima, un tirarla lo más lejos posible, deseando que no volviera, o que tardara en regresar, el tiempo suficiente para que terminara el partido, y aunque en un principio parezca contradictorio, este deseo tenía mucho que ver con la confianza en sí mismo que se tenía el numero 1 del equipo azul.

Se jugaban las semifinales del campeonato en ese junio estival. La temperatura era baja, por lo menos eso decía el servicio meteorológico, aunque si se hubiese podido preguntar a los espectadores que atestaban las tribunas repletas, todos habrán asegurado que estaban en el infierno, transpirados por el abultamiento, acalorados por la pasión y con el alma completamente en llamas por la tensión lógica de estas instancias del campeonato. En tal caso, hubiese resultado imposible que escucharan la pregunta, tal el rugido sordo que bajaba de esa caldera que eran los tablones del estadio, y de que el mismísimo sol de verano, habría envidiado su calor.

Faltaban tres minutos para el final del segundo tiempo suplementario, cuatro o cinco, si al referí se le ocurría adicionar, cosa que nadie imaginaba debido al aburrido desarrollo del encuentro.

Tres minutos más, donde el equipo que convirtiera, pasaría a la final sin dejarle ninguna posibilidad al contrario de intentar reponerse, en los instantes posteriores y finales, con centros “a la olla”, debido a la instalación de lo que se conoce como “Gol de Oro”, lo que en el barrio y el potrero llamaríamos “Gol, Gana”.

Los 115 minutos anteriores, los 90 reglamentarios y los 25 de tiempo extra jugados hasta el momento, habían sido tediosos, casi sin llegadas claras para ninguno de los dos.

Se había jugado fuerte, como se dice, “metiendo pierna”, pero con lealtad. Anecdótico resulta el hecho de que hubo solo dos amonestados, y uno de ellos fue por protestar un fallo del juez.

Lo malo que había resultado el espectáculo lo justificarían días más tarde, los periodistas deportivos, diciendo que ambos equipos habían jugado con miedo a perder.

Y aquí, me permito un pequeño paréntesis para demostrar mi desacuerdo con tales argumentos, pues todo aquel que alguna vez jugó un partido, siquiera en el potrero del barrio, con el honor o la gaseosa en juego, sabe fehacientemente, que no se entra a una cancha con “miedo a perder”, por lo que me inclino a pensar que el partido había resultado así de trabado por los nervios que la instancia demandaban. Y mi argumento se ve respaldado por la cantidad inusitada de errores en los pases que ambos contendientes demostraron durante el juego, cosa que llevó a decir a algún relator falto de imaginación, que se habían prestado mucho la pelota.

Otra justificación, no menos significativa, de lo malo del partido, era la llovizna continua e incesante que no había dejado de caer, y que había hecho que el terreno de juego pareciera una pista de patinaje, donde los “players”, según diría Basile, no hubiesen tenido nada que envidiarles a los actores del “holiday on ice”. El césped se encontraba, por lo tanto, mojado, por lo que la velocidad de la pelota, se veía incrementada cuando ésta, tocaba el suelo, y en algunos sectores, como el lateral derecho que ahora defendía el equipo azul, había un claro ausente de pasto, y por defecto, se formaba un barrizal que hacía imposible dominar el esférico en ese espacio.

Debemos ser justos y decir también que en ningún lado se habían formado grandes charcos, un poco porque aún no llovía copiosamente, y otro poco por el buen drenaje del terreno.

Venía entonces, la pelota por el aire, Armando, el altísimo numero 9, se adelantó dos pasos, con la cabeza levantada y la mirada fija en la pelota, para escapar a su marcador y saltar así con más libertad. Llegó con lo justo para peinar la pelota y hacer que cambie de dirección levemente hacia la izquierda. Lo hizo mecánicamente, sin buscar hacer un pase o habilitar a algún compañero, y es que el cansancio empezaba a notarse, el larguísimo tiempo jugado, sumado a la tensión y a lo pesado que se encontraba el campo, hacía que los jugadores corrieran casi por compromiso, como si ya hubieran perdido las esperanzas de ganar, y hubiesen pactado resolver la disputa en los tiros penales.

Sin embargo, la peinada de Armando, encontró a su marcador obnubilado por el agotamiento, y sin reacción, por lo que ni siquiera sospechó el pique de Martín, el numero 8, que corría furioso hacia la redonda, como si sacara mas fuerzas de su cansancio, haciendo la famosa “diagonal hacia adentro”, soltándose de la línea lateral del terreno, “la raya”, en la jerga futbolera, e internándose en el campo, hacia delante, yendo en busca de la pelota, haciendo el recorrido mas corto para interceptarla.

Así fue que el numero 2 del equipo de casaca roja se quedó, como suele decirse, “clavado”, mientras Martín, con el empeine, mataba la pelota antes que tocara el suelo, pues estaba lo suficientemente lúcido para saber que si la dejaba picar, se le escaparía lejos.

Veloz de piernas, y utilizando la cadera, amago a escapar por a izquierda, por donde había llegado, y haciendo un quiebre de cintura, cual burrito Ortega, logró terminar de desarmar al ya desconcertado y fornido numero 2, que completamente exhausto y acalambrado se dejó caer al suelo, viendo trunco su esfuerzo por detenerlo, y observando como Martín huía hacia la derecha, con el balón dominado y el camino libre hacia ese arco que venía defendiendo hacía tantas temporadas. Y creyó ver también, en su delirio agónico, una estela de polvo de estrellas, como la cola de un cometa, y adivinó el surco, de un instante de sequedad, que iría dejando la pelota en su camino a la gloria.

Estalló la parcialidad local ante esta demostración de habilidad y grandeza, derramando, en forma de gritos y vítores, su regocijo, que bajaba a pique de las tribunas, como una catarata de aplausos, caudalosos, y tan húmedos de lagrimas esperanzadoras, que se confundían con la lluvia que empezaba a caer torrencial, como si Dios mismo se rindiera y llorara de alegría y fascinación por la belleza de esa jugada magistral.

Volaba Martín, acercándose al arco, y cada paso que daba le confería mas confianza a su pie derecho, que llevaba la pelota con leves empujones, dominándola y estrechando ese vínculo maestro e inigualable, haciendo de pie y pelota amigos inseparables, hermanos de sangre, soldados luchando codo a codo por mantener viva la esperanza de esos miles de fanáticos que en las tribunas henchían sus pecho de aire, esperando el desenlace feliz de la jugada, para exhalarlo en un grito triunfante.

Llegó fácil hasta el área grande, nadie lo había alcanzado, el 3 ya se había arrojado desde atrás inútilmente, pues ni siquiera el resbalón sobre el césped mojado, había logrado hacerlo llegar a los pies de Martín, que parecían volar, que levitaban a un centímetro del suelo, dándole un aire de bailarín clásico.

Y Martín veía que el arquero contrario se le venía encima, queriéndole achicar el ángulo de tiro, pero lo tenía sin cuidado, sabía como iba a definir, por venirlo soñando desde el inicio de esa alocada carrera.

Y en las tribunas se hizo el silencio, mientras Martín afianzaba el pie izquierdo en el suelo.

Los ojos de los aficionados se volvieron insólitamente grandes por la sorpresa, y Martín ya levantaba la pierna derecha para el remate.

La mitad del estadio rezaba para que entrara, y la otra mitad, para que no lo hiciera.

¿Y Dios? ¿A quién escucharía?

Y Martín giraba un poco el cuerpo, y abría el pie derecho para darle con la parte interna del botín, con la ya clara intención de acomodarla abajo, junto al segundo palo.

Fue en ese instante que el tiempo se detuvo, en ese momento cúlmine que la tierra dejó de girar, y en miles de almas, los corazones se detuvieron, y como si no quisiera ser menos, el corazón de Martín, también se detuvo.

Se escuchó el rugido de un trueno, y el haz de luz de un rayo, iluminó la silueta de un jugador tendido en el punto del penal, mientras la pelota llegaba mansita a las manos del arquero.

FIN

HERNÁN CERONI

21/07/2010

jueves, 17 de junio de 2010

El Resfrío Del Gallo Joaquín


PARA AGUSTÍN.

MI SOL DE TODAS LAS MAÑANAS.



Hacía más de una hora que nuestro amigo, Joaquín el gallo, estaba levantado. Su trabajo era cantar para que saliera el Sol, ya que era muy perezoso y siempre esperaba en su cama de nubes a que la voz de Joaquín lo despertara cariñosamente. Y como Joaquín era un buen gallo, todos los días se levantaba cuando todavía era de noche, sacudía sus alas y bostezaba, después, salía afuera sin hacer ruido para no despertar a las gallinas que dormían tranquilas sentadas sobre sus huevos.

Joaquín, siempre se levantaba contento, era un gallo muy alegre y muy responsable, nunca había faltado a su trabajo, y por eso el Sol seguía saliendo.

El día que Joaquín no esté, no se como me voy a despertar – le decía siempre el Sol a su amiga la Luna.

Así que a la madrugada, Joaquín el gallo, asomaba su pico afuera y al sentir la brisa fresca, sonreía feliz.

Con su trabajo, era el gallo más feliz del mundo.

Tenía un amigo, Pepe el perro, que cuando oía ruido en el gallinero, se desperezaba con fiaca, sacaba la cabeza afuera de su cucha y estiraba las patas esperando ver aparecer a Joaquín, que de un salto se trepaba a una cerca, estiraba el cogote y cacareaba fuerte para despertar a su amigo el Sol, que abría los ojos despacito y empezaba a asomarse en el horizonte, calentando toda la tierra de a poquito.

Se acercaba entonces, Pepe el perro y saludaba:

Hola Joaquín, buen día, guau guau. –

Buen día Pepe, Kikiriki – respondía Joaquín.

Todos los días eran iguales. Pepe y Joaquín eran grandes amigos.

Autor: Sebastián Carretón. Óleo sobre tela, año 2006, 73 x 97 cm

Extraído de: http://sebastiangarreton.blogspot.com/


Pero, un día, Pepe se despertó y vio que estaba oscuro y que el sol no había salido, aunque ya era muy tarde.

“El Sol se quedó dormido” pensó, “esto si que es extraño, ¿Dónde estará Joaquín?”.

Así que se levantó y fue al corral a buscar a su amigo.

Cuando llegó a la puerta, una gallina que salía corriendo chocó con él, y los dos cayeron al suelo.

¿Adonde vas tan apurada, Dori? – Preguntó Pepe el perro sacudiéndose el polvo.

Hola Pepe, perdoname – respondió Dori – Es que Joaquín está enfermo y me mandaron a buscar a Manuel, el sapo Doctor. –

¿Enfermo? – se sorprendió su amigo – ¿y que tiene? –

No lo sabemos, pero no se puede levantar y dice que le duele todo el cuerpo. – dijo la gallina Dori mientras empezaba a correr de nuevo.

Pepe, entró y encontró que el gallinero estaba hecho un lío, un poco porque estaba oscuro y otro poco porque las gallinas estaban todas en el centro del corral y cacareaban preocupadas. Se enojó mucho, cuando vio que los pollitos jugaban por ahí sin que nadie los cuidara, y encima, sin querer casi pisa a Nagu, el más chiquitín de todos.

Guau, guau – Ladró enojado – Vamos, vamos!!!, a empollar, y vos Chiqui – dijo hablándole a la gallina más vieja – te toca cuidar a los niños. –

Todas las gallinas, asustadas corrieron a sus lugares, chocándose entre ellas porque con la oscuridad que había no se veía nada.

Pepe el perro, se quedó un ratito vigilando que todo volviera a la normalidad, y después se dirigió al cuarto de su amigo.

Encontró a Joaquín acostado, y con los ojos cerrados, pensó que dormía, así que tratando de no hacer ruido se sentó a su lado a esperar que despertara, pero Joaquín el gallo, no dormía, solo descansaba, y cuando notó que alguien se movía cerca, abrió los ojos.

Kikiriki, hola Pepe – lo saludó contento – que bueno que viniste a visitarme – dijo sentándose en la cama.

Guau, guau, me enteré que estabas enfermo y quise venir a ver como estabas amigo gallo. – Respondió el perro.

Gracias amigo, ya me siento un poco mejor – dijo haciendo muecas con la nariz para evitar un estornudo.

¿Pero que te pasó? – quiso saber Pepe que era muy curioso.

Es que estoy resfriado, porque ayer cuando salí a despertar al Sol, hacía frío, y me olvidé de ponerme el pulóver de plumas, y el rocío de la madrugada hizo que me mojara todo. –

No te preocupes amigo, recién vi a Dori que corría a buscar al doctor. –

¡¡¡ AATTCCHHIIIIISSSSSSS !!! – estornudó Joaquín, y se sonó los mocos.

Yo voy a esperar afuera, así descansas. – Dijo Pepe, y salió a vigilar a las gallinas, que siempre que podían, dejaban de trabajar para cacarear entre ellas, y es porque las gallinas siempre fueron muy parlanchinas.

Al ratito, volvió la gallina Dori a la carrera, arrastrando al doctor detrás de sí, como si fuera un barrilete.

Manuel, el sapo doctor, revisó a Joaquín, le dijo que estaba resfriado y que tenía que quedarse en la cama durante dos días, tomando té, y sopa calentita para curarse.

¡Ah! – Dijo el sapo – y tenés que tomar estos remedios, así te vas a sentir mejor.–

Pero no puedo quedarme en la cama – protestó nuestro amigo el gallo – mañana, bien temprano, tengo que salir a cantar para que salga el Sol, sino nos vamos a quedar a oscuras como hoy, y eso no puede ser. –

No señor, no señor, usté se me queda en la camita como yo le digo, y nada de andar saliendo afuera. –

Yo tengo la solución – dijo una voz que venía de abajo de la cama.

El sapo Manuel se agachó a ver quien había hablado y encontró a Pepe, que había entrado despacito atrás del doctor y se había escondido ahí para escuchar todo.

¿Y vos que haces ahí? – le preguntó asombrado su amigo enfermo.

Es que quería saber que te pasaba – respondió – pero ahora eso no importa, yo sé como hacer para que el sol se despierte y vos te cures sin tener que salir afuera. –

¿Cómo? ¿Cómo? – preguntaron todas las gallinas que también habían estado espiando y que entraron empujándose a través de la puerta.

Bueno, bueno – dijo el Manuel el sapo – Esto ya se parece a un gallinero con tanto ruido. –

A ver, contáme Pepe – pidió Joaquín antes de lanzar un largo estornudo.

¡¡¡AAATTTCCCHHHHIIIIIIIISSSS!!! –

Sí me prestas tu pulóver de plumas, yo puedo salir disfrazado y cantar en tu lugar. –

¡¡Es una buena idea!! ¡bravo Pepe! – dijeron las gallinas a coro.

Pero si vos no sabés cantar – repuso Joaquín sorprendido.

No, pero tengo al mejor de los maestros – dijo Pepe guiñándole un ojo.

Mmmmm…. Sí, podemos intentarlo – se convenció Joaquín halagado.

En el acto, despidieron al doctor Manuel que tenía que ir a ver a otros enfermos.

La sola idea de enseñar a un perro a cantar como un gallo, parecía imposible de realizar, pero nuestros dos buenos amigos no se desanimaron, y pusieron manos a la obra.

A la luz de una vela, porque el sol seguía durmiendo, Joaquín, le daba un tono y Pepe lo repetía lo mejor que podía. Lo intentaron varias veces sin que hubiera mejoras, y es que Pepe, tenía una voz muy perruna y al principio le salía todo medio mezclado:

“Kikiriguaukiguauki” o “ GuakikiGuauKirikikiGuakiguau” y cosas así.

Pero a medida que la tarde iba pasando, el perro, que ponía su mejor esfuerzo, iba mejorando.

Lento pero seguro – decían las gallinas que se amontonaban afuera del cuarto y seguían atentamente los progresos musicales del nuevo perro cantor, ya que en él estaban depositadas las esperanzas de que les devolvieran la luz y el calorcito del sol.

Y así, Joaquín y Pepe, siguieron practicando y ensayando durante horas, aunque cada tanto descansaban y tomaban un tecito o una sopita calentita que Dori les preparaba.

Cuando llegó la hora de despertar al Sol, todos estaban muy ansiosos, hasta el doctor Manuel había venido a ver si resultaba.

Tenés que cantar suavecito – Le recomendó Joaquín mientras le daba su pulóver de plumas a Pepe – Sino el Sol se levanta de mal humor, y llueve.

Pepe salió y se trepo a una cerca, todas las gallinas estaban pendientes de su canto, estiró el cogote, como había visto hacer a Joaquín tantas veces, carraspeó para afinarse la garganta, y cantó

¡¡Kikirikiiiiiiiiiiii!! –

Le había salido igualito a un gallo, nadie lo podía creer, se quedaron todos con la boca abierta y los ojos muy grandes por el asombro, con las plumas y cantando así era imposible que el sol no se despertara.

Contuvieron la respiración y esperaron.

El Sol no salía y Pepe lo intentó de nuevo.

¡¡Kikirikiiiiiiiiii!! –

Estaban todos atentos y concentrados en ver si aparecía algún resplandor en el horizonte.

Pepe, entusiasmado cantó una vez más:

– ¡¡Kikirikiiiiiiiiii!! –

Y De a poquito, el sol perezoso fue abriendo los ojos y se asomó a la tierra. Y con sus rayitos luminosos empezó a darle calor al mundo, y los pajaritos empezaron a cantar de alegría. Ya no iba a haber oscuridad.

Las gallinas cacareaban de contento, y hasta Joaquín saco su cabeza afuera de la ventana para ver como su amigo Pepe era aclamado por todos como el gran salvador.

Ahora todos sabían que si Joaquín se enfermaba de nuevo, ya no iba a haber oscuridad, porque tenían en su querido amigo Pepe al nuevo gallo cantor del alba.

Esa misma mañana hicieron una gran fiesta para festejar, con tortas y alfajorcitos que Chiqui había preparado, y muchos globos con los que jugaban los pollitos, eso sí, la hicieron en la habitación de Joaquín, para que el gallo no tuviera que salir afuera y se curase pronto.

Y Colorín Colorado, este cuento de un perro cantor y un gallo resfriado, ha terminado.

FIN

HERNÁN CERONI

17/06/2010

lunes, 31 de mayo de 2010

Heroína

Comenzó viendo todo profundamente más claro, como si una niebla que vedara la realidad desapareciera de repente. Primero se resistió a perder la conciencia, pero el sopor iba ganando terreno en su mente y sintió que los músculos se relajaban por completo.
Su imaginación navegaba en aguas oscuras bajo un cielo encapotado y negro, sentía la brisa en el rostro, que junto al vaivén del oleaje la sumían aún más en un letargo de ensueños.
Vislumbró unos rayos de plata que se filtraban a través de una grieta entre las nubes. Sintió paz.
Le pesaban los parpados y no se resistió más al embate del químico que circulaba por su cuerpo. Se dejó arrastrar por ese torrente de placer exótico.
Ni siquiera notó las manos que hurgaban suaves pero firmes en su espesura de mujer.
Estaba completa y literalmente fuera de si.
Contrariamente a lo que podría pensarse no había terrores ni monstruos en su falso sueño y me animo a creer que se debía a la pureza de su alma.
Liberada, así se sentía, recostada en la hierba fresca de un prado primaveral, cubierto de flores bajo la bóveda de un cielo inmenso, descomunal y de un azul infinito.
Descubrió una voz que le susurraba, que le hablaba con tono de arrullo. Sonrió y se estremeció sin notar la humedad en su entrepierna.
Y dejó de resistirse.
Saboreaba los colores a medida que descendía al abismo de su inconciencia.
– Tranquila – dijo la voz que provenía de todos lados, de ningún lado.
“De mi interior” pensó. Y sonrió feliz, antes de quedar profundamente dormida.
No hubo complicaciones.
Finalmente la anestesia había hecho efecto.
La cesárea duro lo habitual y dio a luz un hermoso varón.
Fue un acto sublime. Heroico.
Esa noche, ella fue una heroína.

FIN

HERNÁN CERONI
28/05/2010

viernes, 28 de mayo de 2010

Amor Efímero

La acarició y sintió el clímax.
Acabó.

Mitos Bíblicos III

Cuando Jesús crucificado pidió agua, a uno de los soldados se le iluminó el rostro. Inmediatamente mando buscar una esponja, mientras su compañero de armas lo miraba extrañado. Tomó su lanza e hirió a la víctima en un costado del torso.

Cuando el esclavo llegó con la esponja, el soldado, la colocó cuidadosamente en la punta de su alabarda, y contrariamente a lo que se cuenta, no la embebió en vinagre, ni siquiera la acercó a la boca del Mesías, sino que la utilizó para impregnarla de la sangre que salía a borbotones por la herida abierta, para luego llevársela a sus propios labios.

Su camarada lo indagó con la mirada.

Este hombre sangra vino – dijo – ¿Recuerdas lo que contó Judas? –

¿Qué?.... jajaja! Noooo!!!! –

¿No recuerdas? “tomad y bebed, esta es mi sangre”. –

Sí, recuerdo, pero era solo una metáfora. –

viernes, 21 de mayo de 2010

El Infierno Cíclico

No sé, quizas, esta idea alguien ya la haya pensado y llevado a la practica, (o al papel), pero como no fui yo, y como jamas lei un cuento parecido, me felicito a mi mismo por haberla tenido. Incluso, cuando terminé de escribirlo, (en el colectivo, donde iba a ser sino), me puse muy contento, me alegre mucho, porque repito, para mi, la idea es brillante, lastima que haya sido yo quien la redactó, pero la idea en si, me parece estupenda.
Espero que les guste-




Desperté intensamente asustado, sudando, pero convencido.
La frase para describir lo que me pasó esa noche es “Vi la luz”.
Estaba en mi cama, sentado y aterrado, pero perplejo, fue una pesadilla reveladora. Ahora sabía la verdad.
¿Vieron la película Matriz? Pues bien, es solo una película, por lo tanto es ficción. Este mundo no es un sueño creado por maquinas, porque ni siquiera existe. No es, no está, “no tiene entidad”, diría algún dictador loco.
Recuerdo haberme aferrado a la almohada, necesitaba sentirla en mi mano, miré alrededor la habitación en sombras, desordenada, agucé el oído y escuché un tren a lo lejos, necesitaba imperiosamente sentir la realidad.
Me senté en la cama y apoyé los pies en el suelo con extremo cuidado, estaba casi seguro que se desmoronaría al menor contacto.
Fui en busca de un vaso de agua, pero no alcanzó, la sensación de irrealidad seguía ahí.
Creí que aún estaba soñando, que el haber despertado era parte del sueño y estúpidamente me pellizqué, 2, 3 veces, cada vez con mayor fuerza, hasta que vi correr por mi brazo una gota de sangre. La miré incrédulo, pensando porqué no despertaba, la tomé con el dedo meñique y me la llevé a los labios, y al sentir su sabor supe que estaba despierto.
Me asombré y fruncí el ceño, porque aún estando despierto, sabía que no estaba en la realidad, y empecé a comprender que el sueño que había tenido, tampoco había sido un sueño, ni siquiera una visión.
Lo entendí y me asusté, el sueño no era un sueño, y la realidad no era realidad. El mundo no existía.
Estaba el Cielo, estaba el Infierno, pero no había Dios, ni había Ángeles, no había Demonios.
Era no ser. No estar.
Volví tambaleándome a la cama. Asustado y nervioso estrellé el despertador en la pared, ya no lo necesitaría, ¿para que levantarme temprano para ir al trabajo cuando no existe ni el trabajo, ni el reloj, ni yo, ni nada?
Abrí el grifo de agua fría en la bañera y escuché absorto todo el tiempo que tardó en llenarse. Me sentí un tonto mientras me desnudaba, no entendía porque mis manos seguían teniendo la sensación del tacto, cuando en verdad ni la ropa ni la bañera estaban ahí.
Me sumergí en el agua dejando solo la cabeza afuera, intentando atrapar en mi memoria la sensación del frío y la humedad.
Hice un esfuerzo y puse la mente en blanco imaginando que eso era la realidad, la nada, pero una voz en mi interior se rió de mi.
“Eso no es la nada” dijo socarrona “eso es blanco”.
Me di por vencido, no se puede imaginar la nada.
¿Qué me quedaba por hacer?, ahora sabía la verdad y no me servía.
¿Contarla? ¿A quien y para que?
Me imaginé sentado con camisa de fuerza, frente a un psiquiatra, en una habitación cerrada con paredes acolchonadas, el médico teniendo este escrito delante de si, con la cabeza levemente inclinada y mirándome por encima de sus gafas montadas sobre su nariz, y yo intentando explicarle que lo que tenía en sus manos no existía, al igual que él, la camisa de fuerza y las gafas.
Esta idea me hizo reír con carcajadas sonoras que retumbaron en el baño. El sonido me tranquilizó.
Me levanté y completamente desnudo salí al balcón. El frío de la noche me hizo tiritar, pero no me preocupé porque sabía la verdad. Me quedé quieto, contemplando las luces de la ciudad a lo lejos. La calle doce pisos mas abajo estaba desierta y en silencio. No solo no había nadie, yo sabía que no había NADA.
Reflexioné una vez más.
“La tierra y la realidad no existen, está el cielo y el infierno, pero no hay Dios ni Diablo, todo el mundo a mi alrededor, todo este mundo que no tiene entidad, está en el Cielo, tan solo porque no lo sabe”.
Sonriendo lo supe, “Yo estoy en el infierno”, respiré profundo y pensé: “La ignorancia es felicidad”, y me arrojé al vacío.
En el preciso instante en que mi cuerpo inmaterial e inexistente se destrozaba en el pavimento irreal, y yo perdía la conciencia y la vida que nunca tuve, en ese momento, un espermatozoide fecundaba el ovulo de mi madre.


FIN

HERNÁN CERONI
21/05/2010

Reencarnación - De Generación en degeneración

Mi madre me bautizó Encarnación, en honor de mi abuela, que la llamó a ella de la misma manera, y lo hizo en honor de su abuela, que a su vez se llamó….
Ad Infinitum.
Mi Hija, se llamaba igual que yo.
Mi nieta se llama Angélica.

jueves, 20 de mayo de 2010

Mi Primera Debilidad

No está tan bueno, incluso creo que puede mejorarse, y mucho, ademas es una idea trillada, pero no me importa.

El colectivo es un buen lugar para escribir. Me tocó sentarme junto a una hermosa rubia, y aqui esta el resultado.




La conocí cuando era adolescente. Primero no me gustó, me pareció un poco soberbia, como quien sabe y conoce su belleza y se agranda por eso, como si mirara al resto desde la altura de un pedestal.

Así y todo, por esas cosas del destino la seguí frecuentando, nos vimos varias veces, muchas veces, por eso de “Los amigos de mis amigos, son mis amigos”.

Nos fuimos conociendo de a poco, y un buen día me di cuenta que me gustaba, y que cada día me atraía mas. No soy de fijarme en el aspecto físico, pero su cuerpo era realmente admirable.

Muy a mi pesar, nos hicimos amigos, casi confidentes, aunque yo siempre esperaba algo mas, pero sin atreverme a insinuarlo.

Ella salía con todos mis amigos, lo que me reventaba de celos, y por supuesto cuando salíamos todos, también estaba conmigo, pero yo la quería solo para mí. Siempre fui muy posesivo.

Así, cada tanto nos escabullíamos y nos encontrábamos a solas en algún barsucho de mala muerte, siempre procuré que fueran sucuchos escondidos, donde ninguna mirada indiscreta pudiera vernos, porque sabía que acarrearía las burlas de todos.

En una de esas ocasiones fue que noté como me había enamorado de sus curvas, de su suavidad y armonía. No era ya solo cuestión de estar con ella, tenía la imperiosa necesidad de beber su néctar, de embriagarme con su aroma, de tenerla siempre conmigo.

La citaba cada vez mas seguido, y ella, al notarlo volvió a su altanería, a su pedestal, sabía que me tenía atrapado, por lo que dejé de serle interesante, y aún así acudía a mis citas, sabía que debía seguir manteniéndome cautivo.

Ya no me hablaba, eran monólogos míos, a medida que avanzaba la noche, entre copa y copa, y yo no paraba de hablar, notaba como su sonrisa se esfumaba.

Pasaron los años y nos seguimos viendo, es cierto que a medida que crecí noté que ya no era tan dependiente de ella, pero la necesidad de tenerla seguía ahí, latente.

Me hice hombre y aunque mas esporádicamente, la seguí citando, y ella, acudiendo.

Noté inmediatamente como yo había cambiado, había envejecido, pero ella, por alguna extraña razón, seguía inmaculada, radiante, seguía siendo la misma, como si el tiempo no pasara.

Ya no me preocupó saber que cada día tenía más “amigos”, que andaba entre los hombres, incluso entre las mujeres, como cuando yo la conocí. Pero los años hicieron que yo perdiera el interés, ya no tuve necesidad de verla, ni de tocarla.

Cada tanto la cruzaba en la calle, en algún negocio, incluso llegué a verla en carteles, por lo que me figuré que se había hecho famosa a costa de engatusar a alguno mas.

La vi otra vez, en brazos de otro, y me felicité de haberme librado de ella a tiempo, antes de haber perdido todo.

Pienso que los años refinaron mi gusto, e incluso lo moderaron.

Hoy soy feliz, me libré de la enfermedad de los celos, que presupone egoísmo.

Hoy ya no bebo cerveza, y si compro un buen vino, lo comparto con amigos.

FIN

HERNÁN CERONI

18/05/2010

Ademas no me gusta el titulo, pero el que primero se me ocurrio, me parecio demasiado obvio, iba a llamarse "ESA RUBIA DEBILIDAD".
Pero por favor, diganme, ¿en que parte adivinaron el final?

lunes, 17 de mayo de 2010

El Peso De La Responsabilidad

Todos los días lo mismo. Estoy harto de cargar con todo este peso sobre mis hombros, se hace insoportable. Es verdad que a veces se aligera, que no siempre es igual, sin embargo ya no lo soporto.
Yendo y viniendo siempre con toda la responsabilidad a mis espaldas.
El estudio, el trabajo... es agobiante.
Solo hay una cosa que puedo hacer, es drástico, lo sé, y quizás no sea la decisión mas acertada, pero... ¿que puedo hacer? Mis hombros ya no lo soportan.
Sí, está decidido.
Tiraré la mochila y compraré un portafolio.

Mitos Biblicos II

-- Pero....Querido... --
-- Calla mujer, calla --
-- Amor, eso... --
-- ¡¡Que calles mujer!! ¿Acaso crees que no se lo que hago? --
La mujer puso los ojos en blanco y lo dejo hacer.
Pasaron dias y el hombre se ponía cada vez mas contento.
"Lo sabía, lo sabía" se decía a si mismo, pero esto no le bastaba, asi que dirigiéndose a la cocina fue en busca de su mujer.
-- Te lo dije mujer, la tierra está cerca, ya no navegaremos mas, quizas podamos encontrar leña y hacer un fuego que nos ayude a pasar el invierno. --
La mujer lo miró de soslayo, y con un leve brillo en los ojos, preguntó :
-- ¿Como sabes que la tierra está cerca? --
-- ¿Que como lo sé?, ¿que como lo sé?, ja ja ja ja, el ave no ha vuelto, corazón, y eso es porque encontró tierra donde anidar y donde abastecerse de alimento. --
-- Noé, querido, intenté decírtelo, el ave que soltaste no volverá, porque fue en busca de la primavera, lo que soltaste era una golondrina!! --

Mitos Biblicos I

"Padre, perdónalos, no saben lo que hacen"
Esta frase no fue pronunciada en la crucifixión como todo el mundo cree, sino que siguió inmediatamente después a una caída de granizo provocada por otra frase famosa:
"El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra".

viernes, 14 de mayo de 2010

La Verdad Sobre El Origen

-- Ouch!, eso dolió --
-- Lo sé hijo, lo sé, pero ya te lo he dicho, no es bueno que el hombre esté solo! --
-- Sí, pero.. ¿una costilla? --
-- ¿Acaso la hubieses preferido de barro? --
-- No, padre, está bien, me la aguanto...pero...dime...¿y yo, de donde salí entonces? --
-- No todos soportan el dolor, algunos se rebelan ante él -- Dijo el Padre con un gesto de resignación y la mirada perdida en el abismo de fuego a sus pies.

Y yo ahora que sé la verdad, me explico muchas cosas.

martes, 27 de abril de 2010

Tres En Uno

A veces me da la sensacion de que es un poco largo. Pero aun hoy cuando lo releo me produce cosas, sensaciones... y creo que eso es bueno. Espero que a ustedes les pase lo mismo. Esta es la primera vez que ve la luz. Los demas son mas "conocidos", y sin embargo, si bien no es de los que mas me gustan, creo que es uno de los que estan mejor logrados.
Espero que lo disfruten, aun si sienten emociones dificiles de llevar.
Por otro lado, les pido ayuda a aquellos que lo deseen. El cuento no tiene un titulo definido, y por alguna extraña razon, no puedo darselo, espero que me propongan ideas.




CAPITULO 1

El portero sintió pasos rápidos por las escaleras, y a pesar de ser madrugada, su curiosidad lo obligó a asomarse por la rendija de la puerta. Una mueca de satisfacción asomó a su rostro, junto con una mirada desdeñosa, al ver al tipo del 7mo ‘B’, que corría ahogando sus pasos en la penumbra del pasillo, ya que solo una lamparita de 45 Watts lo alumbraba.
‘‘ Debí imaginármelo’’, pensó el portero,‘‘ese tipo es medio raro’’, dilapidó apresurando el vaso de whisky barato que sostenía en su mano derecha, y se fue a la cama.
El ‘‘tipo raro’’, como había sentenciado el encargado, cruzó corriendo la avenida Mitre mientras se ponía su abrigo, y encendió un Parliament, que extrajo de una caja de plata. Se dispuso a esperar el colectivo de la línea 53 que lo conduciría hasta la estación de Caseros.
Su mente empezó a vagar en el tiempo, como solía hacer cuando se encontraba solo. Observó el viejo edificio donde vivía. Era de 16 pisos, con los bordes pintados de verde oscuro, que le daban aspecto de grandes árboles sobresaliendo en aquella selva de cemento que era Caseros.
Luego de darle una larga pitada al cigarro, observó la avenida, totalmente abandonada y silenciosa a aquellas horas. Creyó ver al fondo una luz que se acercaba, y sacó del bolsillo varias monedas, escogió la de 0.50 $ y procedió a guardar las restantes. Las luces se fueron acercando, y a su lado pasó un gran camión de basura a toda velocidad. Emitió un bufido de impaciencia y con un gesto de resignación siguió esperando el colectivo, mientras volvía a pitar el ya consumido cigarrillo.
El tipo era médico, y había pasado gran parte de su vida en investigaciones científicas que no lo habían conducido a ningún lado, por lo que el estado había suspendido sus subvenciones para la cura del SIDA.
Recordó su infancia, llena de carencias, y mecánicamente agradeció a Dios su modesta existencia. Recordó cuando su hermano, 25 años atrás había muerto de SIDA, y él no había podido hacer nada, solo prometerle hacer todo lo posible para encontrar la cura a esa enfermedad tan llena de agonía. Una lagrima escurridiza recorrió su mejilla al darse cuenta que todo sus esfuerzos habían sido inútiles.
El ruido de un motor, que él creyó lejano lo despertó de su ensoñación, y el 53 estaba a menos de 15 metros. Estiró su brazo derecho y la mole de metal azul, se detuvo a su lado. Sacó su pasaje, e instintivamente buscó asiento con la mirada, lo encontró al fondo, y se sentó junto a una jovencita de no más de 17 años, que volvía de bailar, (eso supuso) ya que era sábado a la madrugada.
Vio una expresión de angustia y dolor en el rostro de la muchacha, y su imaginación buscó mil y una explicaciones diferentes para aquella congoja, aunque sabía de antemano que ninguna se acercaría a la verdad. Recorrió con la mirada el interior del colectivo y creyó adivinar el lugar de partida y de destino de cada pasajero. Uno viene de trabajar y se va a dormir a su casa de soltero, desordenada tal vez como la vida de un obrero. El otro acaba de levantarse y después de conversar con su mujer temas sin importancia, había partido hacia el trabajo, luego del acostumbrado beso de despedida y los varios mates vespertinos. O aquella chica, que a su lado observaba el vacío con sus ojos claros reflejados en la ventanilla. Un hondo sentimiento de amargura recorrió su cuerpo al ver las caras de soledad de las personas a su alrededor.
‘‘Cual es la historia que arrastran estas personas’’ se preguntó a sí mismo, ‘‘serán más trágicas que la mía’’. Y de inmediato, un fugaz recuerdo hizo volar su mente hacia otros lugares, sintió ganas de llorar y no sabía por qué.
Mientras su pensamiento consumía su tiempo, el colectivo devoraba metros avanzando con penosa lentitud a través de las calles. Seguramente, el conductor no tendría ningún apuro en llegar. Dobló en Magdalena y continuó su rumbo pesadamente mientras las casas aparecían y desaparecían con ardorosa insistencia.
El médico, que ahora posaba su vista sobre el vacío de las veredas, se sobresaltó al sentir que una mano casi tímida tocaba su brazo.
— Podría decirme la hora.— Escuchó. Siguió la mano por el brazo, y llegó al rostro. Se encontró con su joven e inesperada acompañante. Su reloj, marcaba las 3:35 hs. tal como lo dijo, y después de escuchar el agradecimiento casi sin voz, volvió a ensimismarse en su soledad, pero ahora algo lo alteraba, tenía que preguntar, una imperiosa necesidad de hablarle se apoderó de él. No insistió en buscar explicación a aquel fenómeno, solo abrió la boca y dejó salir las palabras.
— Disculpe, espero no ser indiscreto, pero desde que subí la noto acongojada,— sonaba estúpido y lo sabía, pero ya no podía volver atrás — creo que le pareceré un pobre diablo o un borracho, y espero que no sea así, ya que desde que la vi, no pude parar de preguntarme si vendría de bailar. —
La joven lo miró estupefacta y algo aturdida. No lograba entender que este hombre le preguntara... eso, y que la tratara de usted, le pareció aún más sorprendente.
— Así es. — dijo con una voz dulce, casi de niña, pero que denotaba cierto tono de desconfianza.
Estaba doblando en Urquiza, y se detuvieron en San Martín, donde subieron dos muchachos que se pararon cerca de la puerta. El hombre los miró con una sonrisa pensativa. Enseguida volteó y dijo:
— Mores, Doctor Víctor Mores, para servirle. — y se bajó.
La joven lo miró atónita, y con una leve sonrisa, lo vio alejarse. Uno delos chicos que recién subían se sentó a su lado, llevaba un buzo con la inscripción ‘‘GATOS SUCIOS’’, y una gorrita blanca, el otro tenía un raro peinado a la moda punk.
Víctor Mores, caminó por Andrés Ferreira hasta la estación del ferrocarril. Como siempre, llevaba un paso rápido y de una regularidad cronológica. Conocía el camino, cada recoveco, cada escalón, tenía almacenado en su memoria cada desnivel del suelo. Había hecho ese recorrido desde que se había mudado diez años atrás.
Salvo algún negocio que había cerrado, todo seguía igual, se detuvo en el mismo kiosco de siempre y pidió un Parliament box, pagó con un billete de 10 $, recibió el vuelto junto con una sonrisa apagada del quiosquero, dio las gracias y siguió caminando. Contó 25 pasos hasta la entrada del bar,‘‘como siempre’’ pensó ‘‘ni uno más’’, y una risa desganada escapó de entre sus labios.
Entró en el café, abandonado a aquellas horas, y se dirigió a su mesa habitual junto al ventanal. Giró la cabeza y vio que el mozo lo observaba, asintió y se acomodó. Al instante, el mozo trajo un café y una medida de whisky Criadores.
— Gracias — fue la única palabra que se oyó.
‘‘Es curioso’’ pensó Víctor, ‘‘a estas horas nadie quiere hablar para no quebrar el silencio, y pensar que dentro de doce horas estarán todos gritando.’’
Echó una mirada perdida al reloj, que marcaba 3:48, y bebió el whisky de un solo trago. Sintió como su garganta recibía el impacto, e inmediatamente ascendía unos grados su temperatura corporal.
Fue entonces cuando notó que no estaba solo, otro tipo se encontraba allí, cuatro mesas mas adelante, y se encontraba absorto mirando su café. ‘‘Al fin algo que ver’’ pensó Víctor, y lo miró con vivo interés. Era un hombre alto, algo delgado, y tenía el pelo endiabladamente enmarañado, llevaba una barba de tres o cuatro días y denotaba cansancio. Al sentir la fuerte mirada del médico, el hombre volteó, y sus ojos oscuros y hundidos en sus cuencas, dejaron ver claramente una expresión de dolor que se desvaneció instantáneamente dando paso a un orgullo y altanería sin igual. Víctor bajó la mirada y bebió un sorbo de café.
‘‘¿Esto es Buenos Aires?’’se preguntó. ‘‘Sí, debo admitirlo, Buenos Aires es sinónimo de tristeza, de amarguras y desgraciadamente de soledad.’’
Su sentencia era justa, ¿qué más melancólico que Buenos Aires a las cuatro de la mañana?
Sacudió la cabeza para alejar estos pensamientos, y encendió un cigarrillo, miró a través del ventanal y vio pasar el 343 vacío.
El tic-tac del reloj llegó hasta sus oídos, y su mente dibujó en su cabeza varias imágenes del pasado, recordó con una lagrima los momentos en que su hermano se había convertido en confidente y fiel consejero, no pudo evitar el golpear la mesa al pensar que una enfermedad sin escrúpulos lo había arrebatado sin misericordia. El golpe lo devolvió a la realidad, instintivamente ojeó el reloj, y se sorprendió al ver que marcaba 4:15, llamó al mozo, pagó y salió del bar.
El viento golpeó su rostro de lleno, sin pensarlo cerró su abrigo y procedió a cruzar la calle que lo separaba de la estación. Mientras caminaba, oía el ruido lejano de los automóviles y se avergonzó de no tener el suyo. Pero como le había explicado muchas veces a su madre, y como él pensaba, ‘‘más que una ventaja es un problema, trae gastos, muchos gastos, y es necesario estar constantemente alerta, mientras se maneja para no tener accidentes, y mientras no se lo utiliza para que no lo roben.’’ Sí, se sentía más... libre, y tal vez con menos responsabilidades.
Entró con paso decidido a la estación, se acercó a la ventanilla y pidió un boleto:
— Sr. El tren llegará 4:22 — le dijo amablemente la empleada.
— Lo sé, gracias — fue la respuesta cortante del doctor.
‘‘Como no saberlo’’ pensó ‘‘si hace diez años que tomo el mismo tren para visitar a mamá’’. Lo hacía, por un lado para asegurarse que ella tenía todo lo necesario para pasar el fin de semana y, por otro, porque estimaba que debía ir a verla una vez a la semana. De haber tenido ella teléfono, la habría llamado, pero como no lo tenía, iba a su casa a pasar el sábado. Y esta era la razón por la cual no quería la mujer, el teléfono.
Se acercó al puesto de diarios y un cartel llamó su atención. ‘‘LECTURA OBLIGADA’’, lo miró unos minutos y soltó una carcajada. Unas revistas de manualidades se encontraban bajo su sombra.
— Muy gracioso — comentó el despachador con sarcasmo. — ¿Qué desea? —
— En realidad, nada, solo observo. —
Al girar la cabeza para ver unos libros, tuvo que detenerse, y apoyarse en la pared, unos mareos súbitos y muy fuertes invadieron su cabeza. Levantó la vista y leyó: ‘‘SIDA, sepa la verdad’’, esto bastó, sintió nauseas y se desplomó en el piso.


CAPITULO 2

Alejandra, metió la llave en la cerradura, dio dos vueltas y empujó, la puerta abrió sin ruido, y del interior de la casa se oyeron gritos. Con un gesto de cansancio cerró la puerta tras de sí, y se apoyó en ella, las lagrimas recorrían sus mejillas mientras su mente intentaba encontrar el motivo. Mientras subía las escaleras sintió como un vaso se estrellaba en el piso de la cocina, apresuró el paso y se introdujo en su habitación.
Apretó el interruptor, la luz penetró en el silencio, observó el reloj de su mesa de noche y pensó que era extraño llegar de bailar tan temprano. Su cuerpo cayó pesadamente sobre la cama y miró el techo. Una honda amargura asaltaba su cuerpo. Una idea repentina acudió a su cabeza, y de un salto, se sentó en su escritorio, tomó un lápiz y una hoja, ‘‘ya verás’’ pensó, y una sonrisa arrogante se desprendió de sus labios. Las lagrimas comenzaron a brotar, primero una, luego otra, hasta que se hicieron incontrolables, y el llanto se hizo dolorosamente estridente.
Unos golpes a su puerta bastaron para que cesara su sollozo.
— ¿Quién es? — preguntó con cierta ofensa.
— Yo, hija — contestó en dulce tono la voz de su madre. — ¿Estás bien?, sentimos que llorabas. —
— Si, si, no necesito tu consuelo. — contestó con voz tajante.
Unos murmullos le avisaron que también su padre estaba detrás de la puerta.
‘‘Pensar que solo dos centímetros de madera impide que los vea a la cara.’’
— No seas maleducada, y abrí esa puerta ahora mismo. — Gritó furioso su padre, al tiempo que comenzaba a golpear violentamente la puerta.
— Déjala — gimió su madre.
Cesaron los golpes, pero los gritos continuaban.
No necesitaba ver que sucedía, lo sabía perfectamente, tantas veces había sido testigo de las brutales palizas que su madre recibía, precediendo a las suyas si intentaba acudir en su defensa. No quería salir, el pánico la acorralaba, e intentó permanecer indiferente ante los agudos gritos provenientes del exterior.
Arrojó el lápiz con bronca. Hoy estaba el mundo en su contra. Cerró los ojos y recordó, voló unas horas atrás en el tiempo y se vio bailando con su novio.
‘‘Dios, como lo amo’’ dijo vagamente.‘‘Voy al baño princesa’’ había dicho él, ‘‘no te muevas, ya vengo’’, selló con un beso.
El odio, la sorpresa, la ingenuidad y el llanto desfilaron por su rostro al verlo besando a su mejor amiga en otro rincón del boliche.
El destino había querido que Alejandra fuera en busca de su amiga y viera la crueldad de la vida al tratarse de amores.
La mente le jugaba una mala pasada, repetidas veces aparecía la imagen de su novio abrazando a la otra mujer.
Volvió a la realidad, y los gritos parecían más lejanos, y adivinó rápidamente que sus padres estarían descargando su impotencia y bronca, con los platos, en la cocina, como solían hacer, con una diferencia. Mientras la madre solía tener mala suerte y puntería en hacer de su esposo el blanco principal de los objetos arrojados, en cambio, su padre, bastante más robusto de lo que un cartero necesita, no tiraba platos, ni vasos, sino que solía acercarse lentamente como la fiera que acecha a la presa, y cuando estaba seguro del alcance de su brazo, descargaba brutalmente el zarpazo contra la víctima, que gemía y volvía a arrojar platos que corrían la misma suerte de los anteriores.
‘‘Necios, soy su hija, y pido ayuda a gritos, no entienden, egoístas, ténganme en cuenta’’, pensaba mientras el rencor corroía su corazón.
La confusión que había en su cabeza la obligó a recostarse, un millón de imágenes aparecían y desaparecían con la velocidad de un rayo, ahora se veía saliendo de ALTROMONDO y corriendo por la Av. San Martín, con las lagrimas recorriendo sus mejillas.
‘‘Si los hubiese encarado’’ pensó ‘‘soy una tonta.’’
‘‘Pero... ¿qué le hubieses dicho?’’ Preguntó su subconsciente, dando la razón del acto ya cometido.
Quiso darse ánimo y se dijo a si misma ‘‘no importa, no los necesito’’, pero uno no puede mentirse a uno mismo, y ella lo sabía, que hacer entonces. Amaba a su novio, pero no podía perdonarle su infidelidad, y su amiga, era la única que tenía. Habían abusado de su confianza y se habían burlado de sus sentimientos.
‘‘Los mataría’’ se dijo... y se detuvo el tiempo, en ese preciso instante las lagrimas dejaron de fluir y una sombra asomó en sus ojos, la idea acababa de llegar.
No intentó sacarla, ni olvidarla, mecánicamente abrió el placard y sacó del fondo una caja de zapatos, quitó la tapa y ante sí apareció el arma, reluciente, brillante, tal como se la había dado su novio:
— Cuando tu viejo te vuelva a pegar, dale con esto. — dijo Juan riéndose y poniéndola en sus manos.
Ahora, cuatro meses después, el revolver volvía a ver la luz, y gritaba que estaba listo para disparar.
Su mente era un revoltijo, ahora mas que nunca los recuerdos acudían en tropel al llamado del subconsciente.
Rió estruendosamente al recordar al tipo del colectivo.
‘‘Como dijo que se llamaba, Víctor o Héctor, o algo así.’’ Pensó.
— ¡¡Ah!! — dijo en voz alta — era médico, lo que necesito ahora, un doctor. — y esta verdad consecuente le causo gracia.
Aunque la situación no fuera graciosa, la naturaleza humana tiende a tomar cínicamente las cosas cuando se encuentran en su punto crítico.
Se sentía sola, y esto la obligó a hacerlo, creía que era la solución y lo hizo. Mientras corría el seguro sintió hondas ganas de llorar, pero no lo hizo, tal vez por respeto a su decisión. Quería terminar con su vida que creía llena de amarguras.
¿Porque será que el ser humano piensa más en los desengaños y las penas del pasado que en los momentos felices que vivió?
Apagó la luz y dejó correr el tiempo, oía gritos a intervalos, lo que significaba que la pelea se extinguiría en cualquier momento.
Vio las 4:15 en el reloj. ‘‘Mores, Doctor Víctor Mores, para servirle.’’ Escuchó en su mente, y se dibujó una sonrisa, la última. ‘‘Que más puedo esperar de la vida’’ se dijo, puso el caño del arma en su boca y disparó.


CAPITULO 3

El eco de los pasos resonaba en el silencio de la calle, caminaba solo y sin rumbo fijo, acababa de salir del bar, ya que una mirada indiscreta, tal vez malintencionada, tal vez no, lo había asustado.
La indecisión del camino a tomar tenía cierto aire de borrachera, y al darse cuenta de sus pasos en zig-zag, comenzó a reír diciéndose a sí mismo que:‘‘No hay que perder el sentido del humor’’. Aunque sabía perfectamente que su humor había acabado tres meses atrás, cuando un inepto, había tenido la mala idea de robarle el auto con el cual repartía mensajes, y su jefe había subrayado las palabras IRRESPONSABLE y DESCUIDADO en su Curriculum, precediendo al sello que sentencia a cualquier obrero ‘‘DESPEDIDO’’.
Pensó en dirigirse a su casa, pero una ráfaga de viento frío en la cara le refrescó la memoria. ¿A que ir?, a ver a sus hijos llorar por un plato de comida, a oír a su mujer quejarse de tener un marido vago, ‘‘Que injusta es la vida, uno se rompe el alma para conseguir un trabajo, para darle de comer a la familia y que recibe, pues una buena patada en el culo.’’
Caminaba, y su pie indeciso y tambaleante a cada paso, estrelló una lata de Quilmes contra la pared, el eco resonó en sus oídos durante unos segundos, que a él le parecieron algunos siglos, no había nada que escuchar, el silencio reinaba con aire amenazador.
Recordó haberse impuesto un límite de un mes para conseguir empleo. Habían pasado tres, a pesar de su experiencia en varias cosas, sabía pintura y albañilería, no obstante, el tiempo estaba dejando caer todas las esperanzas, mientras su familia apretaba los cinturones y racionaba los escasos paquetes de fideos que quedaban.
Eran las cuatro de la madrugada, ya era sábado, y estaba frente a la estación de Caseros.
El tren, tomaría el tren, sí, era buena idea, después de todo es una vía de escape, te lleva a todos lados, y en él se puede uno sentar a pensar tranquilo y sin molestias. En el tren las personas están lejos, a pesar de la cercanía física, están en otro lugar, cada pasajero viaja en el tren de su mundo. Aquel rubio, va en el tren que lo dejará en Chacarita para ir a trabajar, sin embargo, el morocho bien vestido que viaja a su lado, esta en otro tren, el que lo lleva a dormir a su cómodo departamento de Palermo. El traqueteo mismo, es una especie de tic-tac de hipnotizador, deja a todos con miradas distantes, totalmente fuera de tiempo y de lugar. En un tren no puede, ni debe existir conversación alguna con desconocidos, lo único que rompe los largos y fríos silencios en los vagones, son los vendedores, capaces de mentir descaradamente para poder ganarse la vida... lo extraño es que la gente, sabiendo concientemente que la están engañando con el producto, sigue comprando, desde alfajores, ya húmedos y algo duros, hasta la mas completa guía de Capital y alrededores, ‘‘LA LUMI’’, aunque atrás, tenga fecha de impresión 1978.
Introdujo las manos en cada uno de los bolsillos que tenía, en el saco, en el pantalón, en la camisa, todo bastante arrugado y sucio, ahuecó los dedos, y siempre obtuvo el mismo resultado. Se acordó del café, claro, allí se había gastado hasta el último centavo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, que difícil es sentirse agobiado y sin esperanzas. Estaba derrotado y lo sabía, no tenía la fuerza para enfrentar a su mujer, que le diría: ‘‘No mi amor, hoy no conseguí nada, pero no te preocupes, no pierdas las esperanzas, mañana será otro día y seguro encontraré un buen empleo.’’
No, no podía decir eso sabiendo que era mentira, y que su esposa lo venía escuchando todos los días desde hacía tres meses, no había tiempo para esperar, el hambre arreciaba su casa, y corroía sus corazones, invitándolos a un festín de odios y rencores.
Esgrimió una mirada pensativa al cielo, y escondió sus escarchadas manos en el bolsillo de su triste saco gris.
Quiso bostezar, y el aliento se congeló en el aire al salir de su boca en torrentes de vapor que se posó en la piel y formó pequeños cristales de nieve.
Pero el frío no era el problema, el problema era huir, escapar. Se le ocurrió una idea loca... Quería salir del cuerpo, creía que la carne que lo rodeaba era solo eso, carne, soñó con volar fuera de su cuerpo y entrar en otro, ser otra persona, o ser la misma, pero en otra cara, en una cara que tuviera billetes grandes en el bolsillo. Rió estruendosamente y volvió a la realidad.
— Mierda, no camine ni diez metros. — se dijo levantando la voz para animarse a sí mismo.
Caminaba, o mejor dicho, se arrastraba penosamente por V. Gómez, hacia Tres de Febrero físicamente hablando. Su cabeza vagaba, y a esa hora debería andar cruzando el cinturón de asteroides del Sistema Solar, en dirección a Júpiter.
No se culpaba a si mismo de haber perdido el trabajo, había sido un accidente, le robaron a él como le podían haber robado a cualquiera. Tenía la necesidad de pensar así para no venirse abajo, o por lo menos, no más de lo que ya estaba.
Se detuvo un instante y se apoyó en un poste de luz, leyó distraídamente el papel que allí estaba pegado:
‘‘AUTOAYUDA’’
Consiga trabajo, dinero, salud y amor.
Aprenda a tenerse confianza y logrará todo esto y mucho más.
10 $ TERAPIA GRUPAL.
(Trabajamos con la mente, no con el cuerpo)

Lo miró, su expresión de sorpresa adoptó una muestra de intolerancia. Lo haría, por supuesto que iría, si tuviera el dinero, claro. Total, que se puede perder.
Esbozó una sonrisa que se convirtió en carcajada, y luego en gruesos insultos, dirigidos a diversos puntos del mundo, incluidas las tres personas divinas.
— ¡¡¡Pagar para conseguir trabajo, que ironía, yo quiero trabajar para que me paguen!!! — gritó desesperado.
Su rostro reflejó un miedo no muy intenso, el miedo de haber quebrado el silencio de la noche con su alarido incoherente.
Sentía una furia incontrolable, odiaba al mundo con conocimiento e inteligencia, no como los animales que odian instintivamente, sin método ni razón.
Un maldito le había robado el trabajo, lo había hundido en la más miserable de las circunstancias, y todo esto bastaba para que su rencor se manifestara sin refinamientos, en simples insultos, y rudas vulgaridades.
Siguió caminando, soltando bufidos de tanto en tanto, su paso se hacía cada vez más seguro y decidido. Pasó una mirada rápida al reloj que marcaba 4:15 hs.
Oyó a lo lejos un disparo y pensó que alguien en su misma situación se había suicidado.
‘‘Esta bien, si tuviera una pistola, haría lo mismo.’’
Una sonrisa cínica y frenética iluminó su rostro. Bajó el cordón para cruzar V. Gómez, estaba a diez pasos de Tres de Febrero.
Tan ensimismado en su problema se encontraba que no oyó el ronroneo del motor. El 343 dobló rápida y cómodamente.
Un golpe seco resonó en la noche.
Los frenos chirriaron, pero era tarde, un hombre de saco gris estaba bajo las ruedas.

CAPITULO 4

Víctor abrió los ojos gradualmente. Estaba acostado, y una fuerte luz lo deslumbró. Quiso incorporarse y una mano lo asió del hombro, sintió la fuerza de los dedos cual si fuera una tenaza apretándole el omoplato.
— No se levante. — Oyó.
Y en el campo de su visión apareció un tipo bien afeitado, anteojos sin mucho aumento y que aparentaba unos 40 años.
El verlo vestido de guardapolvo blanco iluminó en su subconsciente una idea que no llegó a traspasar la barrera de la conciencia, antes que el hombre hablara en un tono amable:
— Esta en el hospital Ramón Carrillo, sufrió un desmayo prolongado.—
Se sintió algo extraño al saberse del otro lado de su profesión, pero un terrible dolor de cabeza lo hizo desistir de estos pensamientos.
— ¿Puedo irme a casa? — preguntó.
— Seguro, en unos minutos. —
— Gracias — respondió, y volvió a recostarse, con la tranquilidad que le dio el saber que se iría del hospital.
Por alguna razón no quería estar allí, aquel olor fétido a desinfectante le traía recuerdos. Su hermano había permanecido 20 días internado antes de despedirse finalmente del don que Dios le había otorgado llamado vida.
Sintió abrirse la puerta de la habitación y volteo. Una enfermera, con unos papeles en la mano, pasó contorneándose a su lado, cual si estuviera en un desfile.
— Necesito sus datos — habló mas fríamente de lo esperado.
Al término de lo que a Víctor le pareció un interrogatorio, solo que sin policías que estén golpeándole a uno la nuca a intervalos irregulares, la modelo de guardapolvo y estetoscopio, dijo:
— Le hemos hecho unos análisis, si desea, en unos días lo enviaremos a su domicilio, o en caso contrario, puede pasar a retirarlos a partir de la semana entrante.—
Víctor no procesó estas palabras en el archivo que era su memoria, simplemente las dejó sueltas, volando en algún lugar de su conciencia, esperando que se acomodaran solas en algún escondite inapropiado, para salir a la luz en el momento menos esperado.
Se limitó a repetir su pregunta:
— ¿Puedo irme a casa? —
— Desde luego, firme aquí.— contestó extendiéndole los papeles con la mano izquierda, e indicándole una línea punteada con la derecha.
Se levantó con cierta dificultad y se encaminó hacia la puerta, la abrió, giró la cabeza y con voz ronca indicó que le enviaran los análisis.
Comenzó a caminar por los pasillos iluminados del hospital, paseaba sin dirección, no estaba apurado, y se sorprendió al notar que no estaba preocupado por lo que su madre pensaría al ver que no la visitaría.
Estaba cansado, sus brazos colgaban pesados al costado de su cuerpo. Quería llegar a casa, arrojarse en la cama y dormir tres días seguidos.
Escuchó murmullos al final del corredor, y notó que se hacían cada vez más fuertes, se detuvo, apoyándose contra la pared con un gesto de insuficiencia en el rostro.
Observó sin interés pasar a su lado una camilla rodeada de médicos a paso acelerado. Tuvo una visión fugaz del rostro del supuesto enfermo. A pesar de la sangre que abundaba en las facciones, pudo reconocer la cara. Solo un segundo tardo su mente en descifrar la imagen, pero un segundo es mucho tiempo cuando se trata de la conciencia.
Era la chica junto a la cual se había sentado en el colectivo, cuando viajaba hacia la estación aquella misma madrugada. Sintió súbitos deseos de vomitar, pero se contuvo, su estomago, vacío por completo se resistió a enviar nada al exterior por la vía bucal, y se calmo.
Detuvo a la persona que cerraba aquel desfile y le preguntó que había sucedido.
— Intento de suicidio, creo.— respondió sin detenerse, y encogió los hombros en un gesto que podía significar desde la total ignorancia a la infinita sabiduría.
En el rostro de Víctor asomó una mueca de sorpresa, e hizo ademán de intentar seguirlos, pero se retractó, ¿qué haría?, ni siquiera conocía a la chica. No, lo mejor sería retirarse, después de todo era una ley de la vida. Su hermano también había muerto, junto con tantas otras personas que poblaban los cementerios.
Una sola tarea le encomienda la naturaleza al individuo. Si no la cumple, muere. Y si la realiza, también muere. A la naturaleza no le importa. Hay muchos que obedecen, y solo esta obediencia en si, no los obedientes, se mantiene siempre viva. Entonces, para que intentar detener el curso del destino. Para que pelear contra la muerte, si de todas formas, ella ganará.
Esta fue la primera vez que se planteó su profesión como inútil, y a partir de aquí, la vería siempre de esa manera.
Así estaba pensando, cuando otro tumulto se produjo al final del pasillo, lo mismo de antes volvía a repetirse, otra vez murmullos subiendo de tono, y otra vez una camilla pasando a toda velocidad a su lado. Otra vez el gesto de asombro en el rostro de Víctor Mores.
Ahora la diferencia era el paciente, se trataba de un hombre alto, con una barba de varios días, llevaba un sucio y descolorido saco gris, y las manos completamente ensangrentadas.
Víctor no necesitó pensar, lo reconoció de inmediato, los ojos le dieron la clave; oscuros, hundidos y la expresión de tristeza.
El bar era el lugar, allí lo había visto aquella misma y fatal madrugada, había desaparecido rápido, pero no lo suficiente, como para que la mirada inquisitiva y penetrante del doctor, no recayera en él.
El mismo rostro extremadamente compungido, trasladaban ahora hacia la sala de cirugía.
Un hombre de camisa celeste pasó a su lado, su rostro reflejaba un miedo acosador, — Doblé la esquina y allí estaba parado, en el medio de la calle, juro que no lo vi hasta que ya era demasiado tarde, lo traje en el colectivo lo más rápido que pude; oh, Dios, vos sos testigo que no fue mi intención atropellarlo.— Y comenzó a llorar.
Era joven, tal vez demasiado para manejar un vehículo tan grande.
Víctor apoyó una mano en el hombro del muchacho y con voz temblorosa y apagada intentó consolarlo:
— Dios lo sabe hombre, y yo también.—
El joven lo miró atónito, y buscando refugio en sus palabras, intentó responderle. La voz se quebró en un susurro que no llegó al exterior. Dio media vuelta, entre avergonzado y afligido, y se alejó intentando entender lo complicado de su situación.
¿Es posible que la miseria humana radique en la vida?
Con elocuentes signos de cansancio, se retiró sumergido en un sinfín de pensamientos que agravaron su dolor de cabeza.
‘‘Buenos Aires no es solo soledad y tristeza, también es sinónimo de tragedia’’.

CAPITULO 5

Sonó el despertador, extendió el brazo y lo apagó.
Víctor miró el techo. Todavía estaba oscuro, aún el sol no había salido, pero claro, eran las siete de la mañana del domingo, había tenido un sábado bastante agitado. Aún le dolía la cabeza.
Sin encender el velador, prendió un cigarrillo, aspiró una larga bocanada de humo y luego, con sumo placer, dejó escaparlo con un sonido ululante que resonó en la habitación por unos segundos.
Se escuchaba el tic-tac del reloj en la habitación a oscuras.
‘‘Es imposible’’ pensó Víctor ‘‘describir el espacio que da el tiempo, la eternidad con la que juegan las agujas del reloj, el interminable sonido del silencio que tapona y aturde el oído’’.
Las sombras que mienten los ojos, dibujan en el aire, impregnado de humo de cigarrillo, las más fascinantes e indescriptibles formas.
Apretó el interruptor, y un haz de luz lo deslumbró. El termómetro que colgaba de la pared marcaba tres grados, al verlo, sintió un profundo escalofrío.
Se extraño del silencio que reinaba en la calle. Aunque vivía en el séptimo, solía despertarse con el rugido infernal de los motores que pasaban por la calle, aunque el haberse acostumbrado los hacía sonar como el ronroneo de una gata en celo.
Se destapó y se le puso la piel de gallina, vistió su bata y caminó penosamente al baño a pesar del frió.
Puso a calentar el café.
Tomó un largo sorbo que cayó pesadamente por su garganta, sintió tranquilo como su cuerpo volvía a tener una temperatura agradable.
Salió al pasillo, recogió el diario y volvió a entrar.
Se dispuso a leerlo.
No leyó la portada, lo abrió con cierta brusquedad y comenzó a pasar las hojas rápidamente, como buscando algo en especial. Se sintió extraño, jamás hacía eso, solía leerlo desde la primera hasta la última página sin saltear nada.
Se detuvo en la sección INFORMACIÓN GENERAL, el titular decía:
‘‘ NOCHE AGITADA EN EL HOSPITAL CARRILLO’’
Leyó un poco más, cada vez más sorprendido.
‘‘ Una chica de 17 años, se disparó, llegó al hospital en estado crítico, y a pesar de los esfuerzos del cuerpo de cirujanos, falleció. Al parecer se trataría de un suicidio.’’
Mas abajo decía:
‘‘ Un hombre, del cual no se sabe el nombre, fue atropellado ayer sábado a las 4:45 de la madrugada, frente a la estación Caseros, y trasladado a este hospital. Aunque esta fuera de peligro, tiene varias lesiones internas’’.
Se le cayó la taza de café al piso.


CAPITULO 6

Durmió hasta bien entrada la mañana, hasta que los rayos directos del sol le golpearon los párpados cerrados. Entonces, despertó de un salto y miró a su alrededor, hasta que restableció la continuidad de su existencia e identificó su estado actual con los días vividos anteriormente.
Tardó 20 minutos para vestirse, no estaba ni se sentía apurado. Lanzó una mirada al reloj que marcaba 9:13, y otra a la cama, titubeó, pero resistió la tentación y se levantó.
Luego de darse una ducha, que en vez de terminar de despertarlo, lo sumió aún más en el cansancio, caminó penosamente a la cocina, donde se sirvió una taza de café.
Salió al pasillo, recogió el diario, la correspondencia y volvió a entrar.
Los titulares no marcaban nada interesante. Dentro, tampoco había nada nuevo, aquel miércoles resultaba trágicamente aburrido leerlo.
Cuando cerró la contratapa, el mediodía le había caído encima, aunque el hambre aún no atacaba su estómago, todavía vacío.
Encendió el televisor. Se desarrollaba una escena primitiva en un escenario primitivo, como podía haberse desarrollado en los primeros tiempos del mundo. Un espacio abierto en un bosque oscuro, un circulo de perros lobos y dos bestias en el centro mordiéndose y gruñendo con pasión salvaje, jadeantes, sollozantes, maldiciendo, luchando con ciega vehemencia, furiosos por matar, rasgando, desgarrando y arañando con una brutalidad primigenia.
Miró atónito y desconcertado. Cambió el canal repetidas veces, no encontró nada y se dispuso a seguir observando aquella... ¿película?
El hombre y la bestia, se habían convertido en un problema mutuo, o mejor dicho, ambos se habían convertido en un problema en sí. Hasta el aire que respiraban era un desafío y una amenaza para el otro.
Víctor miraba interesado mientras jugaba con el control remoto. Estaba cómodamente arrellanado en su asiento. De pronto, le vino una premonición de peligro. Parecía como si una sombra se hubiera proyectado sobre él, pero no había ninguna. El corazón se le puso en la garganta y lo sofocaba. La sangre se le heló en las venas y sintió el sudor frío de la camisa, contra la piel.
Sobre la cómoda, había un sobre, había llegado con la correspondencia. Tenía un sello que decía claramente ‘‘ HOSPITAL RAMÓN CARRILLO’’.
Recordó el sábado y el domingo anterior.
‘‘ Claro, la enfermera dijo que enviaría los análisis’’. Se calmó con este pensamiento, pero solo un poco. Tomó el sobre, pero no lo abrió.
No se levantó ni miró a su alrededor. No se movió. Reflexionó acerca de la naturaleza de la premonición recibida, intentando localizar la fuente de la fuerza misteriosa que le había avisado, buscando con ansiedad la presencia física de la fuerza invisible que le amenazaba. Lo hostil, está rodeado por una aureola puesta de manifiesto por mensajeros demasiado sutiles para que lo reconozcan los sentidos. Y él sentía esa aureola, aunque no supiera como. El suyo era un sentimiento semejante al de una nube que se interpone ante el sol. Parecía como si entre él y la vida se interpusiese algo oscuro, amenazante y sofocador; una tiniebla que se tragaba la vida y preparaba la muerte — su propia muerte —. Todas las fuerzas de su ser lo incitaban a abrir aquel sobre, que contenía el peligro invisible. Pero su espíritu dominó el pánico y permaneció sentado con la carta entre las manos. Lo examinó críticamente, dándole vuelta y leyendo hasta las más minúsculas letras.
Estaba tranquilo y sosegado, pero el análisis que su mente hacía de cada factor solo le mostraba su impotencia.
No había otra cosa que hacer. Sin embargo, sabía que tarde o temprano tendría que abrirlo y enfrentarse al peligro.
Pasaron los minutos, y al paso de cada minuto sabía que se iba acercando el momento en que tendría que abrirlo. La camisa mojada, se le enfrió con este pensamiento.
Permanecía aún sentado, dándole vueltas al sobre y deliberando la manera en que lo abriría. Podía hacerlo rápido y enfrentarse a la amenaza cara a cara. O podía abrirlo lenta y descuidadamente y fingir que descubría casualmente lo que allí se encontraba.
‘‘ Maldita sea ’’ pensó, ‘‘ es solo un análisis’’. Rió en voz alta y la carcajada resonó un instante.
‘‘ Sea lo que sea, no puede ser tan terrible, no entiendo mi actitud.’’
Era verdad, su actitud era extraña, pero que podía hacer, además de extraña era natural, había salido de su ser por propia decisión, no lo había incitado su mente.
Abrió el sobre a la luz del televisor que aún expendía sus imágenes. Entonces, su rostro reflejó el miedo, se puso pálido. La cara blanqueaba como la de un cadáver. Pero se trataba de un cadáver que resucitaba, pues se reclinó de repente en un codo y observó fijamente el papel.
Fue a su cuarto y salió con un cinturón en la mano. Se subió a la mesa, pasó el cinto por la viga maestra, y calculó a ojo el vaivén. No pareció satisfecho, puesto que puso la silla sobre la mesa y se subió a ella. Hizo un nudo en el extremo del cinto y metió la cabeza por él. Aseguró el otro extremo. Luego retiró la silla de un puntapié.
El papel cayó al piso. Se leía claramente:

ANÁLISIS: H.I.V
RESULTADO: POSITIVO


FIN

HERNAN CERONI
20-02-96 al 16-04-96