jueves, 16 de abril de 2009

Una Travesura Mas

(escrito durante una clase de quimica donde me dije "voy a matar a este profesor")

Fernando caminaba solo por los pasillos del colegio. La cabeza gacha con los pelos desordenados, pintados de un frenético color verde a la moda punk, vestía una remera negra con la inscripción SEX PISTOLS, y una foto de los cuatro integrantes del grupo posando delante de las vitrinas de un sex shops de Londres, propiedad de su manager, Malcom Mclaren.
Claro que él no tenía idea de todo esto, escuchaba su música, y le agradaba la violencia que transmitía, podría decirse que solo era una cuestión de piel. Traía además, una campera de cuero negra, ya gastada por el tiempo, y las duras batallas de largos recitales. Pantalones jeans negros, del tipo ‘bombilla’, y un par de ruidosos borceguíes militares.
Su rostro parecía un circo, traía tres alfileres de gancho colgados de las orejas, y un aro abridor en el ala derecha de su nariz. Traía una sonrisa totalmente dibujada, sin embargo, sus ojos tenían la locura del que ya nada le importa. Estaban rojos, endiablados, y perdidos ( mas tarde sus compañeros, dirían que estaban ‘perdidos en el espacio’, y una sonrisita cómplice se escaparía de sus labios), pero clavados en el suelo.
Tenía escondidas sus manos en el interior de la chaqueta.
Sus pensamientos revueltos y embotados por el alcohol, no paraban de animarlo, por lo que proseguía su marcha inconmovible, como un soldado leal que marcha a la guerra bajo cualquier condición climática.
Cuando alguien se le cruzaba en el camino, lo empujaba violentamente y le dedicaba una mirada de furia, con lo cual, el pobre diablo que le tocara en suerte, reculaba ‘con el rabo entre las piernas.’
Acababa de salir de la oficina del regente, éste lo había amonestado por haberlo encontrado en el baño bebiendo de una petaca de licor 8 HERMANOS.
Muy a su pesar, el regente, había llegado tarde, y de la bebida solo quedaba el recuerdo, mucho más vívido en él estomago, y sobre todo en la cabeza de Fernando, que como él mismo diría ‘estaba solamente entonado.’
Pero esto no era todo, Carlos Chávez, (el regente, que siempre aclaraba que no tenía nada que ver con el boxeador, aunque toda la escuela y cualquiera que lo viese sabría inmediatamente, y vería, que era obvio), también le había levantado el polvo, por la amonestación que le había puesto el mes anterior, por haberlo encontrado fumando un cigarrillo en el baño, en la hora de inglés, y ahora, el señor Chávez, según su personal, ‘Pitufo Alambre’, según sus alumnos, pretendía expulsarlo...
Por un momento detuvo sus pasos y se quedó mirando el suelo, alguien que lo vio comentó por lo bajo: ‘‘ Tuvo una idea, ese estúpido tuvo una idea.’’
Y Fernando prorrumpió en una sonora carcajada, quería expulsarlo...
JA-JA-JA-JA-JA
...En realidad, ya lo habían hecho...
JA-JA-JA-JA-JA
Si que era divertido, a él le encantaba todo este asunto.
¿Cómo dijo el viejo Chávez?
¬¬— Mañana se le prohibirá la entrada al establecimiento Sr. Ocampo.— con esa voz de... marica insatisfecho, pensó Fernando.
JA-JA-JA-JA-JA
La risa se había convertido en algo estruendoso, y las lagrimas se deslizaban por las mejillas, que se ponían asombrosamente coloradas.
Poco a poco se fue tranquilizando.
‘Si voy a hacerlo, quiero que salga bien’, pensó, y volvió a caminar.
A medida que se acercaba a su destino sus pasos se hacían más lentos, y su idea crecía abrumadoramente, ya ocupaba todo su cerebro y esto parecía excitarlo aún más. Su rostro se había ensombrecido.
Estaba totalmente decidido. El auricular del walkman escupía ruidosamente una frase que se inyectaba una y otra vez en su cerebro:‘ NO FUTURE FOR YOU’, Jhonny Rotten, gritaba una y otra vez. Era el milagro de la tecnología, Fernando ahora escuchaba algo que el famoso cantante había dicho 20 años atrás.
Pero esto a él no le importaba.
Lentamente se acercó a la puerta del aula, en un movimiento rápido y nervioso se colgó los auriculares del cuello, prestó atención con todos los sentidos totalmente ahogados, y pudo oír claramente la voz del profesor desde dentro, que se perdía en un mundo de ecuaciones y raíces cuadradas.
La mano se acercó al picaporte, mientras se le aceleraba el pulso, sentía como su corazón latía fuertemente, como si fuera a saltar del pecho y explotar furiosamente.
Tomó una bocanada de aire, y desde el walkman le llegó la voz de Rotten, que moría en un grito agudo:‘ NO FUTURE.’
De golpe, abrió la puerta, sus ojos despedían odio a llamaradas, así lo pensó el profesor, que por un instante creyó que estaban rojos, precisamente por esa razón.
El profesor giró en redondo para ver quien había entrado, e inmediatamente desapareció la sonrisa que tenía dibujada, y una expresión, mezcla de sorpresa y rencor asomó a su rostro.
— Señor Fernando Ocampo, creí haberle dicho que ya no lo quería en mi clase.— dijo muy ufano, contento de escuchar en su propia voz un tono de seguridad y autoridad.
Fernando ensanchó la sonrisa que tenía en el rostro, casi imprimiéndole un toque de malicia, que se hizo más notoria cuando brillaron sus pupilas. Miraba fijamente al profesor.
Se produjo un breve silencio, un silencio incomodo, un silencio cargado de expectativas, donde los alumnos resultaban ser solo espectadores, esto, lo sabían y lo disfrutaban, no era algo que pasara todos los días, aunque con Fernando nunca se sabía.
El profesor de matemática, Felipe Circi, estaba atónito, por unos segundos estuvo desconectado de la situación, en 29 años de carrera como profesor, jamás le había ocurrido nada parecido, un alumno estaba parado directamente enfrente, y lo desafiaba abiertamente, esto si que era algo extraño.
— Señor Ocampo, hágame el favor de retirarse.— dijo tratando de dominar la situación, sabiendo que no lo hacía en absoluto.
— No le hago favores a nadie.— dijo Fernando fríamente cortando en seco la frase del Sr. Circi. ( Mas tarde se arrepentiría de haber dicho esto,‘aquí perdió la gracia’, se repitió.)
Avanzó hasta el profesor con pasos firmes, sin quitar las manos de la chaqueta, con los ojos derramados de locura, ahogados en incoherencias, perdidos en el espacio.
Felipe Circi lo vio venir y retrocedió un paso, no por miedo, solo por precaución, se dijo a sí mismo.
‘‘Todo esto es descabellado, que carajo estoy haciendo’’ se dijo Fernando en un ataque de razonamiento que fue acallado enseguida.
‘‘Oh, que mierda, vamos a divertirnos.’’

El profesor vio un leve movimiento en la campera de Fernando. En cámara lenta, veía desfilar la mano hacia atrás, arrastrando consigo de las profundidades del bolsillo un...
algo metálico...
¿un arma?...
¡¡ Oh, Dios mío, tiene un arma.!!
¡¡ El maldito tiene un arma y va a matarme.!!
¡¡ Oh Dios, Oh Dios.!!
El rostro de Felipe Circi se ensombreció, como si una nube de tormenta pasara de repente. Abrió los ojos como platos, e instintivamente, al ver que lo apuntaba, levantó los brazos.
Fernando con una furiosa sonrisa de vencedor, y con su mente nublada... ¿sin saber lo que hacía?... levantó el arma, que relucía en su mano, toda negra, a la luz de los tubos, y apuntó directamente al profesor.
— Yo estoy acabado, — empezó diciendo con un aliento alcohólico, que solo los de la primer fila pudieron apreciar.—... pero usted también lo está, — y mostró sus dientes en una mueca que quiso ser diabólica, y terminó confundiendo a todos.— siempre fue usted quien me agarraba haciendo algo, pero no siempre fue usted quien me encaraba, usted solo me mandaba preso, no me llevaba.— Hizo una pausa para ver que efecto había provocado.
Después, más tranquilo, sugirió que había sido como un efecto dominó, a partir de la primera, fueron cayendo todas las piezas hasta la última.
Sus compañeros estaban todos con una gran O dibujada en cada una de sus caras, y el profesor se estaba retirando hacia atrás (también en cámara lenta), con el rostro desorbitado y pálido.
— Acaban de echarme, esta es mi última acción en esta escuela de mierda, sabe.— le dijo casi enfurecido.
— Pero también es SU última acción en esta VIDA de mierda.— sentenció desencajado.
Se produjo un segundo de tensión, la electricidad que había en el aire, podía encender varias lamparitas, y Fernando disfrutaba todo, interiormente lo divertía.
Veía que el Señor Circi, al retirarse hacia atrás se llevaría la silla por delante, y esto hizo que una mueca de risa asomara a sus labios.
— Quedáte quieto idiota.— Bramó, y Felipe se paró en seco. De sus ojos grandes parecía que se le escapaba una lagrima, pero su rostro pálido la camuflaba.
Vio como Fernando ensanchaba su sonrisa, y vio como el dedo rozaba el gatillo, presionándolo cada vez con mas fuerza.
Desesperadamente se puso a gritar, esperando escuchar la explosión y sentir como se le escaparía la vida.
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Carlos Chávez, alias ‘pitufo alambre’, debido a su altura, y a su constitución física; se habría sorprendo de saber cual era su apodo, pues él, se creía seriamente una persona totalmente agradable a la vista de cualquiera, y un seductor nato, según dos o tres prostitutas, que por ofrecer sus servicios, se iban en halagos, sin pensar que alguien se lo creería.
Acababa de decirle a Fernando Ocampo que lo esperara un minuto afuera. Este chico le traía dolores de cabeza. Sacó una tableta de Geniol, y una botellita negra del cajón de su escritorio, tomó dos aspirinas, y bebió un corto trago de la diminuta botella.
El chico había estado bebiendo en el baño en horas de clase. Mierda, lo divertía y lo enfurecía al mismo tiempo. Nunca había tenido a nadie que le diera tanto trabajo, el mes anterior lo había agarrado fumando, y el anterior le rompió la nariz a un compañero porque le había dicho que el color de pelo que llevaba, era de ‘maricón’. Vaya si le traía problemas.
Sin embargo, no podía negar que el chico le caía bien, y que su forma de vestir y de peinarse, le resultaba agradable. Pero tampoco podía tolerar mas estas cosas. No quería echarlo, aunque su deber así lo exigía. Bebió otro trago y guardo la botella en el cajón. Se paró y se dirigió a la puerta para hacerlo entrar, estaba decidido a no expulsarlo, hablaría con él, y sería la última vez que lo intentara, tal como se lo diría.
Abrió la puerta, asomó la cabeza y no vio nada, miró a la izquierda a través del pasillo y no vio a nadie.
‘‘Tal vez, al decirle que estaba expulsado, tomó sus cosas y se fue’’, fue lo primero que pensó. Automáticamente, giró a la derecha y se dirigió hacia las aulas. ‘‘Debe estar recogiendo sus cosas.’’
Pasó junto a la cabina de preceptores, podía preguntar allí si lo habían visto salir, pero estaba seguro de conocer la respuesta. Era consciente de que todo su personal, eran ineptos, no por ser estúpidos, sino por ser demasiado piolas.
A medida que llegaba al aula de 3ero 1era (división de Fernando), el corazón se le aceleraba sin saber porque, se dijo que estaba teniendo lo que suele llamarse ‘‘un mal presentimiento’’, y apuró sus pasos.
De repente, se detuvo, el aire repleto de murmullos, había sido cortado por un grito que provenía del interior del aula. Parecía un alarido de terror, como si alguien hubiese visto un fantasma...
...o como si alguien estuviese por convertirse en fantasma.
Inmediatamente se produjo un sonido sordo, estruendoso, seguido de un silencio frío, mortal, que fue interrumpido por una sonora carcajada, y un montón de risas frenéticas, casi histéricas.
Esto era desconcertante, Carlos Chávez tomó aliento y entró. El espectáculo que vio le produjo convulsiones, que más tarde reconocería de alivio.
Todos los alumnos reían con carcajadas nerviosas, alguna chica del fondo lloraba histéricamente sin que nadie se molestase en tratar de calmarla.
Felipe, estaba tirado detrás del escritorio, con la silla encima y los ojos cerrados. Se descubría una mancha oscura y húmeda en su entrepierna.
— ¡¡Todavía estoy vivo!!— pensaba — ¡¡Milagro, estoy vivo!!.—
Todo era confuso para él, había visto como gatillaba, pero no había escuchado detonación alguna, sin embargo, había volado hacia atrás tropezando con la silla, y con un creciente ardor en el pecho. O por lo menos, eso había creído. Había sentido como se le escapaba la vida, de eso estaba seguro.
Carlos, observó en el piso a Fernando, que se destornillaba de risa, sus ojos escupían lagrimas de furiosa alegría, su cuerpo se convulsionaba hasta el cansancio, sus mejillas y toda su cara estaba roja, parecía que se asfixiaría si no paraba de reírse.
El regente no entendía nada, veía como Felipe se estaba incorporando.
Giró la cabeza y lo vio allí, en el piso...
Un arma negra, con mango rojo, de plástico, de cuyo caño, escapaba una banderita blanca con una inscripción;
‘‘ BANG, BANG; ESTAS MUERTO.’’
Y dejo escapar un intenso suspiro de alivio.
HERNAN CERONI 27/07/1998

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