lunes, 6 de diciembre de 2010

El Des - Cuento

Ya sé que es una estupidez, pero no se puede esperar mucho mas de mi.
Por lo tanto, estoy pensando seriamente en continuar este disparate.
Mientras tanto, espero que a alguien le cause gracia, o que le produzca una sonrisa, aun cuando sea una sonrisa de pena.
Disfrutad Plebeyos.



En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, existió en un tiempo remoto, un rey generoso, que tenía fama de justo, y cuyo nombre era Alfonso, sus súbditos realmente felices y contentos con su manera equitativa y piadosa de gobernar, lo llamaban “El Sabio”. Era el décimo descendiente de su linaje, y provenía de una dinastía de grandes reyes.

Cuenta la historia que solía impartir justicia en un gran salón oval, ubicado en el centro de su palacio, que dicho sea de paso, tenía forma de pentágono, y que estaba confeccionado completamente de marfil. Cualquier turista desprevenido que entrara al pueblo y alzara la vista, lo primero que vería en la cima de la colina, sería una gran casa blanca.

Para completar un poco el cuadro de situación, o quizás solo para rellenar, diremos que a su distinguidísima majestad, le encantaba pescar, era su pasatiempo favorito, al que dedicaba gran parte de sus fines de semana, y como el salmón, era la especie que más abundaba en los ríos de su reino, era ésta, su presa predilecta. Solía hacerse acompañar por su trovador preferido, de nombre Andrés, un trotamundos, que llegaba al palacio una vez al mes, después de ganarse el pan con otros monarcas, pan que utilizaba para remojar en la salsa de calamares que el magnánimo rey Alfonso le hacía preparar por su jefe de cocineros en persona, para darle gusto al paladar de su artista.

Hechas las presentaciones correspondientes, volvamos a la historia.

Este príncipe, tenía su fama de ecuánime, muy bien ganada, y ya veremos porqué.

Un día, se presentaron ante él, dos mujeres, acusándose mutuamente de ladrona y utilizando contra la otra el epíteto de “robacunas”.

Ante semejante algarabía, el rey las hizo callar de inmediato, mediante la eficaz estrategia de hacerlas cachetear por el más fornido de sus guardias.

Es nuestro deber señalar que el susodicho centinela, cumplió su encargo con más vehemencia y premura de lo que hubiera cabido esperar, y me atrevo a conjeturar, que la casi imperceptible sonrisa que apareció en su rostro cuando recibió la orden, escondía cierto dejo de alegría que solo una persona acostumbrada a ser severamente castigada por sus superiores, podría entender.

Antes de dar la orden para que se expusiera el caso, su graciosísima Alteza, con su voz grave rugió:

Cuando yo era joven, “Robacunas”, en mi barrio, se le decía a aquella persona que buscaba o tenía amoríos con menores de edad. –

Ante la sorpresa que tal declaración produjo, y cuando notó que toda la corte fijaba, azorada, su vista en él, haciéndose el desentendido, ordenó proseguir.

Al tiempo escuchó los alegatos de las escandalosas contendientes, y entre las injurias que cada una se dedicaba, logró al fin comprender de que venía la cosa.

Ambas declaraban ser madres, lo que no encierra ningún misterio. El problema, venía porque las dos señoras aseguraban que un pequeño bulto dentro de una canasta, que sostenía otro de los guardias, (casualmente el mismo guardia que días atrás había encontrado flotando en el río, una canasta similar con un bebé adentro y que fue adoptado por la pareja real, bebé que finalmente habría de liberar a un pueblo oprimido de las garras esclavizadoras del descendiente de Alfonso, que se haría llamar Faraón, por haber leído muchos libros de aventuras en su niñez, haciendo separar las aguas de otro de los grandes ríos del reino…… pero eso en definitiva, es otra historia)

Decíamos pues, que el centinela, por orden del soberano, descubrió la manta con que se ocultaba aquel pequeño capullo de hombre, y vio el rey, que solo había un niño.

Es mío. – gritaba una – ella me lo robó – decía con lagrimas en los ojos, más por el ardor que sentía en sus mejillas, que por la posibilidad de perder a la criatura.

Impaciente, esperaba su antagonista el turno de hablar, para repetir las mismas frases.

Ahora, hay que hacerles justicia a las damas, y comentar, que ya no volvieron a interrumpirse, temerosas, claro está, de recibir otra andanada de mamporros, y si bien, no fue advertido por nadie, hay que destacar la tristeza, que esta obediencia le produjo al guardia.

Pidió el rey que comparecieran los testigos, y un silencio denso y atroz se cernió sobre el cuarto. Uno de los cortesanos tomó coraje y dando un paso adelante comunicó a Su Excelentísima Majestad, la ausencia de tales. (Tales, que no eran de la ciudad de Mileto, creo que vale la aclaración)

Al ver que no había la posibilidad de saber cual de las dos matronas era la verdadera madre del pequeño, si es que alguna lo era, pidió diez minutos para reflexionar, haciendo desalojar el salón. Cuando viose solo al fin, sacó del bolsillo de su real investidura una petaquita de ginebra. Ansioso, la vació de tres tragos y llamó a todos a que comparecieran nuevamente a su presencia.

Tú, mujer, ¿afirmas que este niño es tuyo? – Preguntó a una.

La aludida, tardó en responder porque se encontraba enviando puñaladas virtuales a su enemiga a través de su mirada, pero un codazo del guardia que se encontraba a su lado, la volvió a la realidad, y presto, emitió una afirmación gutural.

Con un revoleo de ojos, el rey, cuya tez estaba ahora más encendida, dirigió la misma pregunta a la otra dama, que respondió asintiendo con la cabeza.

Bien – dijo el todopoderoso señor, haciendo alarde de su sabiduría – Viendo que ninguna de las dos cede, y ambas insisten en afirmar que son las madres del niño, cosa que es sabido, harto imposible, por las leyes de la naturaleza, y porque ninguna quiere que la otra lo tenga como suyo, mi decisión, como saben, inapelable, desde que abolí los juzgados de última instancia, es que se parta al niño en dos, y se dé una mitad a cada una, y todos felices y contentos, ¡Carajo! – dijo, deseando en el fondo que se terminara la audición, para poder sacar la petaca que le quedaba en el otro bolsillo.

Quedaron todos atónitos, y nadie osó decir nada.

Me atrevo a sugerir que el odio irracional que las mujeres se tenían entre sí, hacía uso de todas sus facultades mentales, y de todo su cerebro, (es proverbial el hecho de que a las féminas les resulta imposible hacer dos cosas al mismo tiempo, mucho más aún si se trata de pensar), lo que debió haber impedido que escucharan el veredicto, porque siguieron matándose encarnizadamente con los ojos, sin advertir que un leñador tomaba al pequeño de una de sus rozagantes y regordetas piernitas.

Incluso se dice, que uno de los cortesanos, (chupamedias hay en todos lados), aplaudió sonoramente la decisión, y que dio vítores y alabanzas a la sabiduría de Su Alteza, en forma desmesurada.

Fue una de las últimas medidas que tomó el rey Alfonso. Fue duramente criticado en todos los medios de comunicación. Ni siquiera logró convencer a la plebe con el discurso que dio en cadena nacional, explicando que lo que pretendía era que la verdadera madre, por amor, renegara de su hijo, para salvarle la vida.

“Excusas inauditas” gritó furibunda toda la oposición.

También podemos tomar por cierto, el rumor que se propagó después, diciendo que el rey era sostenido desde atrás, durante el discurso, por aquel cortesano de fácil aplauso, para que no se cayera, debido a la mamúa que tenía.



Quizas..... Continuara.....

1 comentario:

Marce Lencinas dijo...

muy buenooooo!!la verdad no se si continuo...???pero estaria bueno q si lo hiciera...m dejo bastante intrigada...
buenisimo cuento!!!!!