martes, 27 de junio de 2017

Salame Y Queso. La Evolución En Retroceso

En una noche que anuncia la llegada del invierno, con la temperatura más baja de lo que debiera para el otoño, el vapor del aliento se entremezclaba con el humo del cigarrillo que escapaba de mi boca.
Estaba contento por ser primer día hábil del mes, lo que abultaba un poco mi escuálida cuenta bancaria. Era de esos días en que puedo darme algún gustito, nada extravagante, pero me permito un alfajor, o una gaseosa en los días de verano.
Sentí, de repente, la punzada del hambre, y las paredes de mi estómago se cerraron como una prensa.
Generalmente espero a llegar a casa para cenar, no es habitual en mi actual estado económico, que gaste dinero en panchos, sándwiches o cualquier especie de tentempié en el camino, pero esta vez noté que las piernas me temblaban, como debilitadas. Tomé la decisión de detenerme a probar algún bocado. No puedo mentir, tampoco me costó tanto decidirme, como sí lo hubiera hecho de haber estado a mitad del mes, también es probable que el temblor y el desfallecimiento de mis extremidades fuera solo psicológico, porque sabía que podía darme ese “lujo”.
Me dirigí entonces, tranquilo y sonriente a una estación de venta de GNC, de esas típicas paradas obligadas de taxistas nocturnos, con un vendedor gordo y barbudo, compinche de todos los habitués del lugar. Era uno de esos antros que sin ser oscuro, (a decir verdad la luz era exagerada), están llenos de miradas nada amigables para con un desconocido. Me sentí inmerso en una vieja película yankee, donde el turista desprevenido se mete sin saber en un restaurante de pueblo chico, donde solo recibe miradas de desprecio, sin ninguna curiosidad, desdeñosas y descaradas.
No soy de amedrentarme fácilmente, así que apoyando la mochila en un lugar vacío de la barra, le pregunté al obeso despachante que tenía para comer.
– Pebetes – me dijo sin siquiera dirigirme la mirada, que estaba pendiente de la rítmica danza de un culo en la TV, mientras los parroquianos se reían por lo bajo.
Del aparato escapó la voz de Tinelli, y comprendí el nivel cultural de los presentes, por lo que no me sentí aludido por las bromas que gastaban aquellos seres.
– Cocido y queso – le espeté de repente con la absoluta seguridad de quien sabe lo que quiere.
Gruño el barbudo y me dirigió una mirada de odio.
– ¿Te lo preparo? – preguntó el muy sinvergüenza.
Pensé que era obvio, que si se lo pedí, debía hacerlo.
Me sentí confundido por el gruñido, no sabiendo si atribuirlo al hecho de que mi impertinencia lo hiciera trabajar, o si solo estaba molesto por tener que salir del hipnotismo en que el culo lo había sumido. Más mi confusión fue mas efímera que la vida de los mortales para los Dioses, porque comprendí con la velocidad de la luz que aquel tunante se tomaría su tiempo para preparar el bocado, dejándome esperando como parte de su venganza por mi intromisión. Incluso juzgue que sería muy capaz de intentar alguna jugarreta, como poner un moco en el sándwich, o quizás un escupitajo. Más no fue eso lo que me hizo cambiar de opinión, sino más bien el hecho de pensar que por culpa de la desidia que pudiera tener, yo perdiera el ómnibus a casa y tuviera luego, que esperar una hora más.
– Dejálo – exclamé – si lo tenés que preparar dejálo –
El grupo de cabezas que estaban absortas en el culo que transmitía el televisor, giró en redondo, todas a un tiempo, como si siguieran una coreografía previamente ensayada, y debo decir en su honor, que de ser así, les había salido a la perfección.
Para mi satisfacción, noté sorpresa en sus miradas, y deduje que ningún “forastero”, jamás se había atrevido a deshacer una orden en aquel recinto diabólico, y esto me causo placer.
Con qué poco se puede sentir satisfecho un hombre.
Sonriendo por mi victoria ante los neanderthales, redoblé la apuesta:
– Dame ese de salame y queso que tenés ahí – le dije mientras señalaba con el dedo una vitrina sobre el mostrador.
Los ojos del diablo disfrazado de tendedero estaban inyectados en sangre.
“La sangre en el ojo” me dije satisfecho.
Noté como resaltaba una vena en su grueso cogote.
Sin demostrar ninguna emoción, (tampoco soy estúpido), saqué mi billetera de la mochila.
– ¿Lo comes acá? – me preguntó con aparente serenidad y un dejo de suspicacia, al tiempo que miraba de reojo a sus coterráneos.
Uno de estos simios, hizo un ruido al sorber de su pocillo de café, estaba clarísimo que mi presencia no era bienvenida, y que si decidía quedarme a cenar ahí, harían que fuera aún más notorio este rechazo.
Negué con la cabeza, aunque lejos estaba de hacerlo por temor a estos tipos, sino que mi imaginación se encontraba ya, en la parada del colectivo.
Y aquí empezó su venganza.
Con la billetera en la mano lo miré inquisitivo. No hubo necesidad de expresar frase alguna, entendió mi mudo interrogante a la perfección.
– Ocho – dijo ocultando su satisfacción.
Uno de los cromañones susurró algo y su vecino inmediato festejó el chiste con una risotada que me hizo pensar en los rudos caballeros nórdicos de las historias.
Sin embargo, reconozco que de haber allí un espejo, hubiera visto como mis ojos se salían de sus orbitas ante tamaña sorpresa, (tamaña por lo desorbitarne del monto, se entiende).
De todas formas el tipo no se inmutó, ni se sintió aludido por mi grito ahogado, se limitó a meter el pebete en una bolsita de papel madera y tenderla frente a mí.
A pesar de mi sorpresa reaccioné y con rencor sordo apoyé un billete de 10$ al lado de mi cena.
Reconocí mi derrota.
Satisfecho, el holgazán, tomo el dinero, y con ademanes suaves y despreocupados, procedió a guardarlo en la caja. Depositó el vuelto ante mí, pero sin mirarme.
Ofuscado, levanté los ojos y vi que sonreía estúpidamente, pero supe que ya se había olvidado de mí cuando noté el hilillo de baba en la comisura de sus labios, otra vez concentraba su simiesca atención en el culo danzante.
– ¿Mayonesa? – pregunté en último esfuerzo por molestarlo. Lo vi mover la cabeza en ademán negativo, aunque sus pupilas no se movieron, obnubiladas como estaban por ese hilo de tanga roja que surcaba el culo de durazno.
Me di por vencido.
“Al diablo”, me dije “tengo mi comida”
Abrí la puerta corrediza y me fui sin saludar, aunque no lo suficientemente rápido como para no sentir la mirada despectiva que se clavaba en mi nuca.
Me prometí no volver allí, aunque sé por experiencia que es el único lugar abierto a esas horas de la noche. La promesa la confirmé cuando le quité el envoltorio al sándwich. Lo tomé entre mis manos e hice presión, más el desgraciado no se inmutó, no logré aplastarlo siquiera un milímetro, el pebete era del día anterior.
Mascullé entre dientes una afrenta a los dioses, cosa que no debí hacer porque se enfurecieron aún más, y en vez de apiadarse, obraron un milagro, a favor del tabernero, claro, porque hicieron desaparecer el queso que quedó reducido a una minúscula y desafiante feta del grosor de un papel de calcar.
Miré el sándwich con tristeza, y con las pocas ganas que me quedaban me lo llevé a la boca. El mordisco no fue suave como me hubiera gustado, sino que tuve que tironear como un gato sin dientes con un pedazo de bofe. Cuando por fin creí haber cortado el salame, noté que en realidad la feta de fiambre había salido entera, y que vergonzosamente me colgaba de los labios como un apéndice de mi lengua.
Luché estoicamente con mi cena, y salí vencido.
Pregúntenle al perro vagabundo que por casualidad pasó por allí. Estoy convencido que mañana lo volveré a ver, después de todo, para él, debe haber sido la mejor comida en años.
Ahora, sentado en el colectivo, y con el estómago rugiendo de hambre, lo único que se me ocurre es que la evolución, en mi caso, no es un avance sino un retroceso.
El hombre de las cavernas, venció con astucia al Homo Sapiens.


FIN

HERNÁN CERONI
01/06/2010

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajaj me gusto mucho, es muy visual, el tema de la primera persona me gusto por que yo no puedo hacerlo, me cuesta hablar de algo si lo hago desde la 1era persona, ser como un espectador me da mas tranquilidad, y vos no, me gusto el final tan ironico y mucho como relataste un hecho tan peque;o que para cualquier hubiera pasado desapercibido en un cuento que resume la relacion entre los hombres.