miércoles, 3 de junio de 2009

La Cola del Perro

— Trae suerte, — dijo Ramiro ansioso. Y en los ojos se le reflejó un brillo especial. A su lado, algo agitado después de la carrera, mi rostro debió mostrar un asombro muy notorio.
— No seas tonto, es solo una cola de perro.— dijo entre risas.
Un silbido sonoro escapó de entre mis labios, y al instante, con esa imaginación que lo caracteriza, Ramiro lo bautizó.
— Firulay.— dijo con la mirada perdida en un lago de sueños. Y así comenzó la historia de suerte mas retorcida que conozco.
Si en ese instante, alguno hubiese podido adivinar que sería tan nefasto el encontrarla, seguramente hubiésemos seguido corriendo hasta la laguna, a remojarnos, como hacíamos cada verano.
Sin embargo, fue para nosotros un hallazgo muy importante, y en nuestras mentes aún no corroídas por el paso del tiempo, se dibujaron mil y una travesuras capaces de hacer, no con maldad, sino con ingenuidad.
— Tírenla.— dijo la anciana del pueblo, ‘‘la bruja’’ para nosotros.— Símbolo de mala suerte.—
Nos reímos y salimos corriendo a jugar con Firulay.
Hubiese sido una buena idea, el lunes, ponerla debajo del escritorio de la maestra, si ésta no hubiera caído de espaldas al verla. Lo peor fueron los dedos acusadores de nuestros compañeros, que indicaban claramente a los culpables.
Fue la primera vez que firme el libro de advertencias.
Si al otro día no la hubiera puesto en la cama de mi hermano mayor, tal vez no hubiese recibido la paliza más grande de las que recuerdo.
Ramiro no habría estado encerrado una semana en su casa, si no la hubiese puesto en la bolsa del almacenero.
Y hasta tal vez Firulay seguiría con nosotros, si no la hubiésemos pegado con cinta a la cabeza de mi vecinita de seis años;‘‘que manera de correr, con la escoba de la madre pisándome los talones’’, no me hubiese resbalado, no me hubiese quebrado el brazo, y hasta hubiera escrito esta historia un mes antes, de no haber tenido el brazo enyesado.
— Le hubiésemos hecho caso a ‘‘la bruja’’. — dijo Ramiro.
Y ahora, en pleno verano, y yo sin el yeso, corrimos hacia la laguna, con Firulay bajo el brazo, no para hacer maldades, sino para enterrarlo en el olvido, donde lo encontramos.


HERNAN CERONI.

No hay comentarios: